Cuando me pongo a hablar de algunos temas con mis hijas suelen decirme que son batallitas del abuelo cebolleta, pero, en realidad, son experiencias de vida que muchas veces son perfectamente trasladables a otros escenarios y situaciones; así me ocurre con mucho de lo que aprendí cuando jugaba regularmente a un deporte que muchos califican de violento y que, sin embargo, es una gran escuela para la vida: el rugby.

Sí, más allá de los choques y los golpes que uno puede recibir, del rugby se aprende mucho si se entiende la filosofía existente en un deporte que es, por encima de todo, uno de gran nobleza a la par que dureza.

Las lecciones aprendidas en los muchos años de rugby no han sido pocas ni me han resultado inútiles en la vida, sino todo lo contrario y algunas vale la pena rescatarlas porque son, como digo, extrapolables al ámbito general y al contexto actual.

Uno de mis entrenadores, hoy ya muy mayor, pero de quien guardo grandes recuerdos, siempre nos decía: se puede ganar o perder, pero si sales al campo pensando que no vas a ganar entonces perderás y eso es algo que siempre aplico en la vida porque no gana el que puede sino el que quiere.

Desconozco si aquellas arengas y charlas motivacionales que nos daba eran de cosecha propia o aprendidas, pero, sin duda, fueron de gran utilidad y, en el fondo, da lo mismo de quién vengan si son correctamente citadas y aplicadas.

En cualquier caso, sus lecciones no se quedaban en eso, sino que además nos agregaba algo que, estoy convencido, era muy motivador: si no salíamos a ganar, es decir, pensando en ganar y jugando para ganar, no solo perderíamos sino que, además, nos lesionaríamos.

Razón no le faltaba y en alguna ocasión en que, por diversas razones, la moral de victoria nos falló, los resultados no solo los vimos ese concreto domingo, sino que los sufrimos por mucho tiempo con varios jugadores lesionados y una sensación importante de derrota que, en definitiva, es lo peor que le puede pasar a un equipo, también a cualquier colectivo de personas o país, porque trasciende el momento y se perpetúa.

Lo último que nos decía antes de salir a jugar, eran esas máximas y, sobre todo, que no existían equipos mejores o peores, sino equipos ganadores o perdedores y que solo teníamos que decidir en cuál de ellos queríamos estar.

No se puede vivir en un constante estado de excitación o euforia, mucho menos de movilización permanente, sobrecarga o sobreesfuerzo pero, sin esos momentos de sufrimiento, que forman parte del proceso, seguramente no se conseguirán los resultados esperados.

Sus enseñanzas siempre fueron más allá de las técnicas de juego, eran las propias de un maestro en una escuela para la vida y, seguramente por ello, me acuerdo más de estas que de las duras sesiones de entrenamiento en que repetíamos y repetíamos movimientos hasta que nos saliesen naturales porque, como él decía, al entrenamiento se viene a sufrir para poder disfrutar en el partido… en la vida ocurre lo mismo: no se puede vivir en un constante estado de excitación o euforia, mucho menos de movilización permanente, sobrecarga o sobreesfuerzo más propio de los entrenamientos o preparación previa que de los partidos pero, sin esos momentos de sufrimiento, que forman parte del proceso, seguramente no se conseguirán los resultados esperados.

En definitiva, parte importante del éxito radica en pensar que se pueden conseguir determinados resultados con independencia de contra quién o quiénes se vaya a jugar y esto, no me cabe duda, es algo que se puede trasladar, perfectamente, más allá de cualquier campo deportivo. Es una filosofía de vida y una forma de aproximación social a la realidad en la que solo los equipos y los pueblos que creen en sí mismos consiguen lo que se proponen, por complejos, difíciles, duros o imposibles que parezcan esos objetivos pretendidos.

Jugar al rugby midiendo un metro setenta no es lo más recomendable, especialmente si uno juega de delantero y en países como Alemania o Inglaterra donde todos eran más grandes, pero mucho menos recomendable resultaba pensar que no era capaz de hacerlo porque, muchas veces, de las desventajas surgen las ventajas y para aprovecharlas hay que estar dispuesto a salir a jugar, buscarlas y estar en el momento adecuado listo para verlas y sacarles partido. Esperar a mejores momentos; en ese caso “crecer más”, era un absurdo o una quimera porque a partir de cierta edad ya no se crece.

Esto también les pasa a los pueblos, a los países, a las naciones.

En el fondo, se debe jugar con lo que se tiene, pero, sobre todo, con la idea de que se puede conseguir algo mejor, que todo es posible y que solo desde un marco mental ganador se conseguirán aquellos resultados que se desean; e insisto, esto no solo es aplicable al deporte sino a todo en la vida… quienes se bajan del marco mental ganador es porque nunca han querido ganar o porque son incapaces, siquiera, de intentarlo o, peor aún, porque han encontrado su zona de confort de la que será muy difícil conseguir moverles.

Pero no todo consiste en ganar, sino también en divertirse, en pasárselo bien y, a partir de ese estado mental, jugar y ganar; no hay mejor triunfo que el que se obtiene alegremente, desde un estado anímico no funerario, ni lúgubre ni, mucho menos, derrotista.

Además, no hay cosa que desestabilice más al equipo contrario que ver que uno está feliz, que se divierte y juega divirtiendo y divirtiéndose, creando un estado de ánimo que se superpone a la fuerza y ferocidad del contrario y que, desde su potencia y prepotencia, es incapaz de pensar que uno pueda estar pasándolo bien mientras juega con alguien aparentemente tan superior.

Solo desde un marco mental ganador se conseguirán aquellos resultados que se desean. Quienes se bajan del marco mental ganador es porque nunca han querido ganar o porque son incapaces, siquiera, de intentarlo

Cuando se juega pensando en ganar, y se hace de forma divertida, hasta los errores terminan siendo aciertos, porque la suerte no existe sino que se construye y, sobre todo, da sus frutos en los momentos, circunstancias y lugares menos esperados, pero nunca cae del cielo. Ejemplos hay muchos pero, seguramente, revisar la hemeroteca y ver partidos de la selección francesa de rugby de los años 80 es una buena forma de entender lo que estoy diciendo, porque jugaban a ganar, se divertían intentándolo y casi siempre terminaban ganando aunque hubiesen cometido muchos errores técnicos que, siempre, los suplían con el arte o “suerte” del que juega feliz y pensando en que ganar es posible.

En definitiva, se trata de un tema de actitud, de posicionamiento vital y de forma de abordar las diversas situaciones a las que nos vemos enfrentados y esto bien se puede trasladar del deporte a cualquier otro escenario sin esperar a crecer ni a que el contrario baje la guardia o regale el partido. Eso no solo no sucederá, sino que, además, si el adversario, el equipo contrario, presiente o siente que se ha desistido del propósito de ganar, no perdonará y destrozará al rival. Las goleadas, que se dan en el deporte y en la vida, surgen siempre de la rendición, de abandonar la idea de ganar.

Por eso siempre recuerdo que, desde una perspectiva anímica, en cada partido nunca salíamos a jugar pensando en cuán fuertes, grandes o rápidos eran los contarios, que muchas veces lo eran, sino en cuántas ganas teníamos de ganar y lo bien que nos lo pasaríamos a partir de conseguirlo… también del orgullo que sentiríamos si perdíamos jugando a ganar y no a perder.

En los juegos colectivos, especialmente en el rugby, siempre hay un único capitán, además de una o varias estrellas, pero ganar, ganan los equipos, no los individuos y también es importante tener presente que quien se rinde siempre pierde y quien lucha siempre gana. Cualquier otro posicionamiento no son más que excusas de mal pagador o de personas que nunca pensaron o quisieron ganar, pero que saltaron al campo porque, tácticamente, era lo que tocaba hacer en ese concreto momento y, ahora, pretenden hacernos creer que, sin jugar, el contrario les regalará el partido… a partir de aquí, que cada cual entienda lo que quiera.