La última campaña publicitaria del Ministerio de Hacienda nos habla de una tal Mónica. Dice el anuncio que esta chica anónima ha podido aceptar un trabajo en la ciudad y lejos de casa gracias al tren porque cada día puede ir y volver con la Renfe de su pueblo a la oficina y que durante el trayecto, además, puede dedicar tiempo a su gran pasión: la lectura. Mientras la chica sonríe a cámara, la voz en off remacha el clavo y explica por qué esto es posible: no es magia, son tus impuestos. A ver, señores del Ministerio, esto no es magia, es tener caradura.

Primero que nada, y recordando un poco la mítica canción de Perales, Mónica: ¿tú, de dónde eres?, ¿en qué pueblo vives?, ¿a qué dedicas el tiempo libre? Por descarte ya podemos asegurar que de las Terres de l'Ebre seguro que no. Catalana, tampoco. Y del País Valencià, justito. Si fueras de los Països Catalans verías que esto del corredor mediterráneo no acaba de correr. Si fueras de algún lugar de habla catalana, no solo tendrías tiempo de leerte enteritos el Tirant lo Blanch o la Enciclopèdia Catalana —porque el trayecto sería larguísimo— y, haciendo una enmienda a la totalidad, no te sería posible ir y volver cada día al pueblo. Serías una emigrante más y contribuirías, sin quererlo, al concepto de despoblamiento.

Una cosa es maquillar la realidad o presentarla más bonita de lo que es y otra muy diferente es directamente mentir y faltar al respeto de los contribuyentes y usuarios

Si fueras catalana, Mónica, quizás ya te hubieran echado porque llegarías tarde al trabajo día sí, día no. Tus trenes se averiarían cada dos por tres y como excusa oficial te dirían que habría sido un rayo pero en realidad la cosa sería que la catenaria se cae a pedazos y que la instalación eléctrica es un desastre. Si fueras catalana, Mónica, todavía estarías esperando a que te llegaran los 4.000 millones de euros en Rodalies que te prometieron hace quince años, mientras verías como en Madrid el porcentaje de inversión supera el 150 por ciento. Aquí estarían tus impuestos, Mónica, en el déficit fiscal que crece año tras año.

Se sabe de la importancia de una buena campaña publicitaria con el fin de vender tu producto y llegar al máximo de público posible. Ahora bien, una cosa es maquillar la realidad o presentarla más bonita de lo que es y otra muy diferente es directamente mentir y faltar al respeto de los contribuyentes y usuarios. Lo de Renfe sí que parece magia, sí: haciendo desaparecer servicios que antes existían y abandonando los viajeros a su suerte. Y lo de Adif no tiene vergüenza: menospreciando unas instalaciones que en Catalunya generan no solo impuntualidad, sino peligro. O sea que, querida Mónica (seas de dónde seas) y gente de marketing del Ministerio: no nos vendáis la moto, que lo que queremos es usar el tren sin ser engañados.