Como aprovechando una migración de pájaros salvajes, 2022 ha levantado el vuelo y ya no se le ve en el horizonte de tan lejos como se ha marchado. Los días van pasando y en un abrir y cerrar de ojos esta misma semana ya estaremos a mediados de enero. Si los recuerdos difíciles de digerir pasaran tan rápidamente como el tiempo, ya habríamos hecho la digestión y pasado página de casi todo. Pero estamos aquí, todavía, para bien y para mal, más o menos como estábamos ayer. Con un puñado de páginas para escribir o para leer.

Nuestra vida —y su contexto— ocurre en un pequeño planeta que hay que cuidar. Por pequeñito que sea es el nuestro. Un baobab, tres volcanes que no nos llegan a la rodilla y una rosa son suficiente compañía si se aprende a convivir. Con las uvas del 31 de diciembre, cada 365 días volvemos a tener la posibilidad de crear un nuevo universo. Promesas y propósitos. Retrospecciones y deseos. Desencanto e ilusión. La inercia de este empuje inicial no siempre llega al final del camino. A veces, la correa se acaba antes de dar un giro completo.

Este 2023 que ahora empezamos seguirá teniendo hombres de negocios que solo dan importancia a sumar y restar, faroleros que encienden y apagan la luz de noche y de día (que el sol se ponía), astrónomos y borrachos, geógrafos y vanidosos, reyes que anhelarán súbditos, raposas que pedirán ser domesticadas. Y nosotros, allí en medio, viajando de asteroide en planeta, buscando a fuera lo que probablemente ya tenemos en casa: una rosa única, la más importante de todos simplemente por el tiempo que hemos invertido en ella.

Quizás la travesía que ahora iniciamos nos llevará a algún lugar africano, inhóspito y seco, pero, cuando menos, ahora ya sabemos que aquello que hace que el desierto sea bonito es que en algún lugar esconde un pozo. No todo el mundo que empezó a andar a nuestro lado ha llegado al final de etapa y esta nueva vuelta al sol empieza con ausencias notables y con alguna serpiente despistada que nos hacen tener más sed que agua encontramos en la arena. Un oasis es efímero, un espejismo escurridizo y, como decía Joan Fuster, las apariencias no engañan: son apariencias, que se ve bien solo con el corazón.

Las personas mayores ya se sabe que no siempre saben distinguir aquello que realmente es importante. Por eso nos hace falta cultivar el espíritu infantil que llevamos dentro y entrenar el arte de no responder a las preguntas que nos hacen algunos adultos. Que la avioneta se estropee y nos haga hacer un aterrizaje de emergencia en medio de la nada puede convertirse en el inicio de una gran amistad inesperada. Incluso el zorro más salvaje puede convertirse en buen compañero de viaje si sabemos encontrar dentro nuestro al intérprete de su idioma.

Es cierto, tenemos cuatro espinas de nada para protegernos contra todo, contra la intemperie de la vida y la incertidumbre de los tiempos. Pero también disponemos de herramientas para regar la flor y hacerla especial y contamos con personas que nos hacen ser felices una hora antes de que vengan, solo por el simple hecho de imaginárnoslas llegar. En este año que ahora despega, cuando hagas dibujos en tu cuaderno de bitácora, mucha gente seguirá viendo solo un simple sombrero. Quédate con quien sepa ver una serpiente y un elefante. Y no te compres gafas, que lo esencial es invisible a los ojos.