Llegamos a este 8 de marzo más decepcionadas que otras veces, aunque no me atrevo a decir más decepcionadas que nunca. De hecho, no puedo ni poner el plural, dado que las mujeres no somos todas iguales y tampoco queremos las mismas cosas; y eso es válido tanto para hablar de dentro como de fuera del feminismo. Personalmente, estoy cansada, especialmente de ver como el juego de los hombres, tanto los de dentro de la política como los de fuera, tiene como objetivo, no declarado, desgastarnos para dejarnos sin fuerzas.

Sin duda, que se debatiera una ley en el Congreso de los Diputados, aunque fuera solo su reforma, por un tema tan importante como es la violencia sexual machista, tendría que ser una gran antesala para el 8 de marzo de 2023, pero lo cierto es que es todo lo contrario. El último año ha sido un verdadero vía crucis para el sí es sí y todavía no ha acabado. De hecho, no acabará bien, y solo quiero equivocarme.

No acabará bien no únicamente por la pobreza de contenido del debate político y las formas chapuceras de sus señorías, sino por la constatación de cómo las luchas fratricidas de los partidos de izquierdas se llevan por delante a las mujeres y sus derechos, incluso cuando las hacen por ellas o dicen que precisamente es su defensa lo que las causa. Nada es verdad y, en todo caso, las víctimas siempre las mismas: nosotras.

Los partidos políticos no son feministas, no hay ninguno que lo sea; esta es una falacia que ellos mismos alimentan y que nos acompaña desde ya hace tiempo

En todo este espectáculo del caso español, hay un elemento pornográfico muy evidente, y no me refiero al caso del diputado, ahora ya ex, del PSOE que ha saltado a la prensa, sino a la impudicia con que los temas de género sirven para el oportunismo político más poco edificante. Este es últimamente un aspecto en alza. Ante un avance aparente, existe solo el objetivo de no pasar del marco formal y hacer todo lo posible para que este no se materialice en una igualdad constatable. Aun así, de vez en cuando, algún cambio va en el buen sentido y genera oportunidades de igualdad reales que nos permiten avanzar, aunque no quieran que así sea.

Los partidos políticos no son feministas, no hay ninguno que lo sea; esta es una falacia que ellos mismos alimentan y que nos acompaña de ya hace tiempo. Como mucho, los partidos —ciertamente más unos que otros y sin entrar en cómo definimos el feminismo o feminismos— tienen mucha propaganda barata sobre el tema y mujeres feministas en sus filas. Estas mujeres lo primero que tienen que hacer —y no pueden dejar de hacer a lo largo de toda su carrera— es luchar contra los hombres de su mismo partido para poder hacer algún avance tanto personal como colectivo, y no digamos ya comunitario o social. ¡Llevamos 40 años de políticas públicas de género y ya veis dónde estamos!

La explicación principal de la miseria de avances reales —los formales son un poco más tristes— no es por los embates —sin negarlos— de la derecha que frena y pervierte cada uno de los temas por los cuales lucha el feminismo; es por la propia resistencia soterrada de los hombres que siguen gobernando la política, y por lo tanto el mundo, en masculino en todas las formaciones e instituciones sociales relevantes. No podemos dejarlos hacer sin que oigan nuestra voz y, al mismo, tiempo tenemos que seguir por nuestra cuenta, porque es más evidente que en sus manos no lo podemos dejar en absoluto.