"¿Usted cree que Neula puede ser consciente de algún modo de que su dueño es la persona que ostenta el cargo institucional más importante de un país?" La pregunta es obra de una periodista, Marina Romero, actual directora estival de El Matí de Catalunya Ràdio y va dirigida al Molt Honorable President de la Generalitat, Pere Aragonès, participante ilustre de la sección “Vet aquí un gat, vet aquí un gos” (uno de estos espacios que los programadores más cursis, cuando preparan la parrilla radiofónica de la canícula, llaman "de temas fresquitos"; en este caso, la relación entre los vips de la tribu y sus adorables bichos). Finalmente, para acabar de situar las variables de la ecuación, está Neula, la perra presidencial, protagonista sorpresa de la escasa vida política que la tribu se permite durante agosto. No es poca cosa; ser fiel durante tres lustros a Pere Aragonès resultará muy pronto una hazaña.

¿Se puede entrevistar al presidente de un país en compañía de su perro para intentar humanizar al mandatario? ¡Por supuesto, sólo faltaría! Esto de las mascotas, y de la estima de los políticos por los mamíferos no humanos, es algo que viene de lejos. Pensemos en el amor que sienten los civilizadísimos americanos y su primera instancia por las presidential pets. De hecho, Theodore Roosevelt y Calvin Coolidge convirtieron la Casa Blanca en un auténtico zoo idílico de animalillos que incluía canguros, hipopótamos y loros (las desgracias y guerras del siglo XX han hecho que la plurianimalidad de la Sala Oval vaya a menos; consciente del futuro más bien magro y bélico del planeta, Joe Biden tiene sólo tres perros musculosos con nombres bien heteropatriarcales: Champ, Major y Commander). Que el president se humanice a través de su bicho, por lo tanto, forma parte de las jugadas habituales del circo mundial de la vieja política.

Los políticos no tendrían que ser colegas de nuestros periodistas, sino tenerles miedo y ser bien conscientes de que los auditarán punto por punto en cualquier aspecto de su gestión

Aquí el problema es cuando las entrevistas que se hacen al president de la Generalitat, en compañía del dog in chief o sin, acaban incluyendo de forma inexorable preguntas-masaje de un tono tan unineuronal como la citado al inicio del artículo. La tragedia, en definitiva, no es la aparente intrascendencia del tema en cuestión ni la entrañable compañía canina, sino un periodismo inexistente que sólo ejerce de frontón al tópico (por lo tanto, a la estafa) y de unos medios públicos que se han acostumbrado al seguidismo de nuestros líderes con una visión acrítica de su gestión que da pavor. La cuestión, insisto, no es hacer una entrevista más amable que las habituales ni poner en medio a la pobre Neula, sino escuchar este intercambio de caricias entre un presidente y una periodista para acabar rogando que sea el perro quien acabe aportando alguna frase mínimamente inteligente a la charla.

El programa estival y ligero no es la excepción. Será la pauta de unos medios públicos en los que, como ya van diciendo los mismos periodistas de TV3 y Catalunya Ràdio en mayor o menor sordina, no se hablará de política "porque no interesa". Esta asunción de la pauta franquista según la cual la política está de más no es fruto de cuatro días ni imputable a la presentadora en cuestión. Surge, por ejemplo, del hecho de que los actuales directores de la televisión y radio nacionales sean, por cosis de la vida, los antiguos directores interinos de los mismos entes y que hayan accedido a su nuevo cargo mediante unos concursos públicos que son una auténtica broma. Todo eso proviene, en definitiva, de un entorno periodístico donde ya se acepta con naturalidad que la dirección de la radio le toque a Esquerra y la de la tele a Junts. Si la corrupción y negligencia están en la cumbre más alta de la pirámide, debajo sólo habrá basura.

Soy muy consciente de que escribo cosas que tendrían que ser de básica, como que los políticos no tendrían que ser colegas de nuestros periodistas, sino tenerles miedo y ser bien conscientes de que los auditarán punto por punto en cualquier aspecto de su gestión. La pauta, insisto, es justamente la contraria. Periodistas y mandatarios forman parte de la misma piscina, y ya sabemos que como más gente se mezcla en aguas cerradas más meada habrá. Nos guste o no, estamos en este batiburrillo de cinismo. Catalunya es una piscina donde todo el mundo hace el memo mientras grita "¡independencia!" y una entrevista donde, al fin y al cabo, ya no sabes quién es el más perro de los protagonistas. Neula y la piscina.