Sin tener en cuenta el eje nacional, cualquier debate importado es carnaza para alimentar los tópicos con los que cargamos los catalanes. Ya hace más de una semana de la emisión del documental Negrers. La Catalunya esclavista y la polémica se ha hecho contagiosa porque muchos no supieron detectar la frontera entre la autocrítica y la catalanofobia sutil, de la que se filtra entre las grietas, hasta el punto que una semana y media después hay consejeros de distrito de Barcelona pidiendo demoler a Gaudí y alcaldables de la CUP cuestionándose si hay que dejar de cantar "El meu avi".

El episodio de los negreros catalanes es perfecto porque también puede explicarse sin la necesidad de mencionar España ni de decir que las colonias eran españolas

El episodio de los negreros catalanes es perfecto porque ataca allí donde hace más daño. Al catalán que quiere proyectar su nacionalidad como sinónimo de bondad y pureza moral, un trapo sucio como el del esclavismo lo puede arrastrar a pedir perdón por existir. O a querer abolir cualquier elemento que pueda tener una vaga relación con la intención de borrarse las culpas. En la práctica es lo mismo porque la cultura, principalmente en su vertiente festiva y popular, no se puede abstraer de la historia. Es perfecto porque también puede explicarse sin la necesidad de mencionar España en ningún momento ni de decir que las colonias eran españolas. Para el nacionalismo español, sobre todo el de izquierdas, hablar de "la Catalunya esclavista" es un sueño húmedo. De entrada, les permite hacer pasar la parte por el todo, porque decir "la Catalunya esclavista" no es lo mismo que "algunos burgueses catalanes fueron esclavistas". Además, les permite reforzar con hechos, ni que sean parciales, el clásico abanico de estereotipos que presentan a los catalanes como gente dispuesta a matar a su madre para poder hacerse una casita modernista.

Cualquier autocrítica que nos hagamos sin explicar en qué condiciones nos la hacemos, España la esgrimirá para convencernos de que no somos tan buenos como nos pensamos

Hacer autocrítica sobre la historia de la nación catalana sin explicar las condiciones en que la nación catalana forma parte de la historia es aceptar el marco mental español. Es saltar de la aceptación madura de unos hechos —los mismos con que batallan tantísimas otras naciones en el mundo— para ir a parar al paradigma en que catalanidad equivale a esclavismo. Cualquier autocrítica que nos hagamos sin explicar en qué condiciones nos la hacemos, España la esgrimirá para convencernos de que no somos tan buenos ni tan merecedores de nada como nos pensamos. Teniendo en cuenta que una parte de la nación se ha preocupado por definir la catalanidad como no tirar papeles al suelo, no tendremos herramientas para defendernos de esta acusación. Es uno de tantos problemas que arrastramos por haber renunciado a tener una visión catalana de nuestra propia historia. Sin capacidad para definirnos fuera del marco de la bondad, el tener razón y la superioridad moral hacia España, los catalanes renunciamos a defendernos de las deformaciones históricas que se levanten en contra de nosotros. Sin capacidad para pensarnos fuera de la españolidad y del buenapersonismo, Catalunya afrontará todos los debates importados siendo la culpable —o sintiéndose— de todas las injusticias del mundo.

Cualquier tortura que nos inflijamos desde la vergüenza colectiva será retorcida y magnificada para que aquello que dé vergüenza no sea el esclavismo, sino ser catalán

Es una escenografía perversa en la que hay que encontrar la medida entre aquello que explicamos de nuestra historia y aquello que reivindicamos, entre aquello de lo que nos enorgullecemos y aquello de lo que nos avergonzamos, sin flagelarnos. Hacer revisionismo histórico con un Estado en contra es una maldición doble, porque juzgar nuestra historia con un marco moral anacrónico es el resquicio por donde el nacionalismo español —sobre todo el de izquierdas— se encarga de asociar a la catalanidad todo aquello que la izquierda dice combatir. Cualquier tortura que nos inflijamos desde la vergüenza colectiva será aprovechada en contra de nosotros, retorcida y magnificada para que aquello que dé vergüenza no sea el esclavismo, sino ser catalán. Y mientras parte de la izquierda catalana dé pie a estos modelos contaminados de debates, sin un discurso propio y desde la renuncia de cualquier tesis nacionalista, no estará haciendo más que allanar el terreno al nacionalismo español.