No nos acabamos la Navidad. Me he puesto a hacer la lista de las celebraciones y, una vez más, me he colapsado. Soporto en silencio las miradas acusadoras cada vez que intento bromear sobre la cantidad de días de convivencia armada con familia y amigos. “¿No te hace ilusión la Navidad?” es la frase más temida. Cuando llego aquí, sé que tengo que cambiar de actitud y volver a poner buena cara. Como mínimo, dejar de refunfuñar activamente. Pero convendrán conmigo en que es un no parar.
Hoy es jueves 25. A partir de mañana, cuando técnicamente ya se ha acabado la Navidad, de hecho, empieza el baile. Y en Catalunya lo hacemos sin miramientos. ¡Sant tornem-hi!, justo al día siguiente celebrando Sant Esteve. ¡Protomártir! Por si no lo sabíais, san Esteban es el primer mártir de la Iglesia católica. Solo a los catalanes, victimistas e iconoclastas, se nos ocurre celebrar, después de los dos primeros días de ingesta irrespetuosa, un tercer día de martirologio, donde con los restos de la comida de los dos primeros, hacemos los canelones para dar por finalizada la primera parte de los festines propiamente navideños.
Algunos pesados como yo bromearemos más o menos con ello, pero acabaremos disfrutando como el que más de estos días inefables, cálidos y gozosos
Cualquiera podría aceptar que entre la Nochebuena, el Día de Navidad y Sant Esteve ya hemos convivido con suficiente intensidad, y con suerte sobrevivido, al contubernio familiar. Recordad, y hay que tenerlo presente, que si tenéis hermanos o hermanas casadas, sois también cuñados o cuñadas. Y ellos no tienen la culpa de que vuestro estado anímico inunde los finales de fiesta de chistes indigestos. Porque, no lo olvidemos, superados el Tió, Papá Noel y los amigos invisibles, la fiesta repleta de regalos no ha hecho más que empezar. Precedidos por el enésimo desánimo del Gordo sin premio mayor y por los ruidosos almuerzos de empresa, encaramos el Año Nuevo tras superar el día 28, que debería ser rebautizado como “el día de las fake news”, en lugar del “día de los Inocentes”. Antes las noticias falsas las dejábamos existir solo un día: el 28. Ahora podríamos hacer al revés y dedicar el 28 a noticias verdaderas, porque muy a menudo ya no sabemos qué pensar de todo ello.
Si no hemos elegido evadirnos a una pista de esquí, a un paraíso tropical, o a un safari, nos tocará celebrar, justo una semana después de Navidad, el Año Nuevo. Aquí también dispondremos seguramente de un rosario de tres comidas: la comida del día 31 para despedir el año, la intensa noche del 31 para brindar con las uvas, tradición también muy del sur de los Pirineos, para finalmente acoger el nuevo año, por supuesto, con una comida el día 1. Estas fechas priorizaremos de nuevo los amigos que, por cansancio, permitirán afortunadamente pocos excesos.
Y como no hay dos sin tres, pocos días después nos volveremos a reunir todos. Por la noche de Reyes con los refrigerios nocturnos inesperados, o por los desayunos con chocolate y las comidas de Reyes con roscón. Las casas con niños vivirán los nervios, la ilusión y el cansancio de los pequeños ante la magia de los Reyes. Y las casas sin niños podrán aprovechar para ir al cine o al teatro, como dice alguna tradición no escrita.
Buena gente, todo esto lo vamos repitiendo año tras año, porque lo echamos de menos. Sí. Sed sinceros: lo necesitamos. Queremos repetir el ritual del solsticio. Es ancestral. Os recuerdo que, de hecho, lo que celebramos se llama culturalmente la fiesta del invierno. Sabemos que a partir del 21 de diciembre, en el hemisferio norte el día comenzará a alargarse y tendremos cada vez más luz.
Quizás porque es la fiesta del retorno de la luz, la tradición cristiana quiso hacer nacer a Jesús en estas fechas. Le podemos dar un significado de volver a empezar, de salir de la noche, de ir hacia la luz. Podemos sospechar que el ciclo de la vida impuesto por las leyes del cielo, que ahora sabemos de fijo cómo funcionan, nos permite asegurar que, religiosamente, el día se irá alargando. Que vendrán la primavera y el verano. Que pasarán los días y después del solsticio de verano, justo en el centro de este año solar, volverán el otoño y el invierno. Curiosamente, por estas fechas los hombres y mujeres queremos hacer fiesta grande, y de larga duración, con amigos y familia para celebrarlo. Algunos pesados como yo bromearemos más o menos con ello, pero acabaremos disfrutando como el que más de estos días inefables, cálidos y gozosos. Y nos sentiremos acogidos como siempre y como nunca por la mirada de un Dios hecho hombre. Un Dios que, como la luz, renace eternamente. Un Dios que nos trae cada año la esperanza necesaria para hacer que la fiesta de Navidad esté presente un poco cada día en el ciclo de la luz y de la vida que vuelve siempre a empezar.