Hace una semana se aprobó la ley trans en España. Una ley que, a pesar de haber ocupado titulares, no ha sido aún analizada por la opinión pública, porque se ha limitado el debate a los colectivos LGTBI, al ámbito politicoinstitucional, y no se ha creado un debate general para que la sociedad, en su conjunto, pudiera informarse de manera adecuada, con el tiempo necesario, sobre lo que hay detrás de esta legislación. 

Es evidente que las personas trans necesitan ser reconocidas, que sus derechos sean garantizados, como los de todas las personas. La crítica a la legislación no debe confundirse en ningún caso con la crítica a estas personas. Quiero dejarlo claro, porque la histeria colectiva que a veces sufrimos, nubla el entendimiento y no nos permite dialogar ni debatir cuando tan necesario es. 

La ley ahora permite que una persona cambie en el registro el hecho de ser “hombre” por “mujer” sin necesidad de informes de ningún tipo, pudiendo llevar a cabo este cambio hasta tres veces. Una medida que, desde la lógica, sería positiva para aquellas personas que no quieran someterse a tratamientos hormonales ni a operaciones. Pero que resulta un tanto difícil de comprender en otros casos, donde un hombre, con todas las características de hombre, se nos presente como mujer porque lo pone en un papel. Ser mujer, en mi opinión, no es un sentimiento, ni una decisión que se pueda tomar un día y cambiar otro. Y en este sentido, me parece que la consideración de mujer está siendo menospreciada por parte de los legisladores. Es mi opinión, sin ánimo de ofender a nadie. 

Pero además de esta cuestión del registro, que da lugar a situaciones realmente preocupantes (¿qué pasaría si el monitor cambia su sexo en el registro y pasa a ser “oficialmente” mujer, y decide acompañar a las niñas del equipo deportivo a las duchas, a los vestuarios? Estoy segura de que los padres y madres de las niñas no entenderían esta situación desde la esfera de los derechos del monitor, sino desde la esfera de la protección de sus hijas). 

Someter a menores a tratamientos hormonales, en un entorno de terapias de afirmación, que es lo que establece la ley, tiene una serie de riesgos tan elevados, que me parece necesario reflexionar sobre ello. 

Y además, me parece importante observar y conocer lo que ha pasado en otros países que llevan recorrido un largo camino en este terreno de la transexualidad, como Finlandia y Suecia, donde los informes ya cambian de postura ante los problemas de salud mental que van en aumento y que pretenden encontrar en el cambio de sexo la solución a todos sus males. 

Reem Alsalem, consultora independiente sobre cuestiones de género, para Naciones Unidas, reaccionaba en sus redes sociales tras la aprobación de la ley trans en España. Y lo hacía de esta manera: “No sabía que algunos expertos estaban emitiendo una declaración que respaldaba a España en la autodeterminación de género. No hace falta decir que no comparto esta posición de que exista un derecho humano a adquirir una identidad de género a través de la autoidentificación no regulada. Y repito que, como expertos independientes, todos expresamos nuestros propios puntos de vista sobre la posición del derecho internacional de los derechos humanos, pero ninguno de nosotros puede pretender ser la autoridad última o única sobre ese derecho o pretender hablar en nombre de Naciones Unidas”. 

Es necesario tener muchísimo cuidado ante esta creciente demanda de cambio de sexo entre adolescentes, puesto que los tratamientos a los que se les someten causan daños gravísimos e irreversibles para su salud en una edad en la que no tienen capacidad para entender el calado de las consecuencias

Esta semana hemos conocido el caso de Susana Domínguez, la primera persona transgénero que ha decidido demandar a la sanidad pública española por haberle practicado una operación irreversible de cambio de sexo. Susana no es la única y, con toda seguridad, conoceremos, desgraciadamente, más casos como el suyo. Susana señala directamente al psicólogo que aprobó la intervención quirúrgica. Según la información publicada, el psicólogo habría pasado por alto los antecedentes de problemas de salud mental en la familia de esta joven, a la que se comenzó a aplicar tratamientos hormonales a los 15 años. Se ha publicado que Susana, en realidad, sufría rasgos de un trastorno del espectro autista, depresión y trastorno esquizoide. 

“Yo tenía 15 años, ¿cómo me dejaron hacer eso?”. Se pregunta ahora, después de haberse sometido a la extirpación de sus pechos y de su útero “sin supervisión psiquiátrica”. Susana lleva años sometida a un tratamiento hormonal y los daños que se han producido en su organismo son, prácticamente, irreversibles. Ha dejado de tomar hormonas masculinas para pasar a tomar hormonas femeninas, algo que tendrá que hacer durante toda la vida porque su cuerpo ya no puede generarlas. El psicólogo sabía que a pesar del cambio de sexo, Susana seguiría sintiéndose mal. Y así fue. 

El caso de Amelia se ha dado también a conocer en estos días, en los que se cumple una semana tras la aprobación de la conocida como ley trans. Su caso tiene algunas diferencias importantes respecto al de Susana: Amelia no llegó a someterse a operación. Con 13 años, en un contexto de presión de su entorno (acoso en la escuela y abusos sexuales, según ha explicado), intentó encontrar explicación para calmar su ansiedad. Fue en las redes sociales donde creyó encontrar la respuesta: vivía “atrapada en un cuerpo equivocado”. Ame no se sometió a tratamiento hormonal y esperó a los 18 años para dar el paso “y convertirse en un hombre”. Pero fue entonces cuando llegó a la conclusión de que el sufrimiento que sentía no se calmaría por transicionar. 

De entre las voces que he escuchado hablar con más contundencia, coherencia y valor, está la de Sandra Mercado. Una persona transexual de 36 años que está haciendo una enorme labor de pedagogía para hacer comprender los problemas de salud derivados de la hormonación y de las operaciones para el cambio de sexo. Sandra ha publicado un libro, titulado La estafa del transgenerismo, donde apunta con todo tipo de detalles todo lo que no se cuenta abiertamente por quienes han promovido esta ley que no apoya la reflexión ni el acompañamiento, sino que criminaliza a quienes puedan considerar que la salud mental debe ser cuidada antes de dar pasos sin retorno. Se considera ahora que las prevenciones y prudencia son hechos que “patologizan” a las personas trans. Y se persigue. 

Sandra considera que es un hombre homosexual al que han empujado a convertirse en mujer heterosexual. Y subraya que cuando se sometió a la primera vaginoplastia, nadie le advirtió de lo que podría suceder después, puesto que según explica, “se está experimentando con cuerpos sanos”. Denuncia que en su caso la intervención le ha dañado los nervios del suelo pélvico. “Te hacen creer que es una vulva como la de una mujer y es totalmente mentira”. 

En Suecia, que fue pionera en legislar la transexualidad en 1972, se acaba de “echar el freno”. En 2019, el Hospital Karolinska, que era referente internacional en terapias de cambio de sexo, publicaba un estudio donde afirmaba los beneficios psiquiátricos de estas terapias. Pero un año después, en 2020, se dio un giro radical. Mediante un comunicado se señaló que las personas transgénero tenían mayor riesgo de sufrir problemas de salud mental, y se corregía así el estudio publicado un año antes. 

En el comunicado se explica de manera muy clara que las afirmaciones que se hacían en la publicación del American Journal of Psychiatry de 2019, deberían haberse hecho con más prudencia y precaución. Dicho más claramente: se intentó convencer a la opinión pública de las bondades de las terapias, cuando en realidad esas afirmaciones carecían de respaldo. De hecho, el estudio realizado halló que las personas transgénero tenían seis veces más probabilidades de tener problemas con su estado de ánimo y trastorno de ansiedad, más del triple de probabilidades de que le receten antidepresivos o ansiolíticos, y seis veces más de probabilidades de haber sido hospitalizados después de un intento de suicidio. 

Suecia ha modificado recientemente sus criterios y apuesta ahora por priorizar las intervenciones psicológicas. El responsable a nivel sanitario, Thomas Linden, ha llamado recientemente a la prudencia, ante “el incierto estado de conocimiento en la materia”. Suecia ha frenado las mastectomías en adolescentes ante el aumento de casos de adolescentes que acudían a someterse a estas intervenciones. También ha aumentado el número de casos de personas que se arrepienten de haber cambiado de sexo, sometiéndose a tratamientos hormonales y a operaciones quirúrgicas. 

Allí, el caso de Miakel Kruse, de 36 años, ha sido de los que más se han dado a conocer recientemente: ha explicado a los medios de comunicación públicos que lo que él creía que era una disforia de género que le llevó a la transexualidad en su juventud, acabó siendo “un trastorno del espectro autista, sumado a un déficit de atención”. 

Finlandia también ha modificado su postura. En el nuevo protocolo apunta a que “la disforia de género infantil, incluso en los casos más extremos, desaparece normalmente durante la pubertad”. Se detalla la falta de efectos psicológicos positivos de los tratamientos hormonales, así como otros datos que demuestran los problemas que genera el bloqueo hormonal en adolescentes (como la disrupción de la mineralización ósea, afectación al sistema nervioso central y problemas en la fertilidad). Y algo, además, imprescindible: el documento plantea la duda, más que razonable, de si la disforia de género puede ser una parte natural del desarrollo de la identidad adolescente y el peligro de una intervención médica ante algo que debe dejarse evolucionar hasta la madurez. 

El protocolo subraya algo relevante, que como denuncian prácticamente todas las personas que se arrepienten de haberse sometido a estos tratamientos, no se ha cumplido: el consentimiento informado. 

El informe presta una especial atención al consentimiento informado que deben dar todas las personas que se vayan a someter a procesos de hormonación y operaciones de cambio de sexo: hay que explicar para que comprendan de manera real la irreversibilidad de los cambios, aceptando que se trata de un compromiso de por vida con la terapia médica, la permanencia de los efectos y los posibles efectos adversos físicos y mentales de los tratamientos, y que no se podrá recuperar el cuerpo anterior ni sus funciones normales. Señala también algo evidente: que una persona de edad tan joven puede no ser consciente de lo que significa todo esto. 

La reasignación de género de los menores debe considerarse una práctica experimental, por lo que dicha reasignación debe hacerse con mucha precaución y no debe iniciarse ningún tratamiento irreversible durante la minoría de edad, explica este análisis.

Un estudio australiano llega a las mismas conclusiones. Y advierte tanto a las personas que piensen en “transicionar”, como a sus familias, que la frecuencia con que la disforia de género está acompañada de trastornos psiquiátricos requiere de una reflexión fundamental: cambiar de sexo no solucionará los problemas de salud mental, que necesitan atención y tratamiento específico.  

En Reino Unido, Londres acaba de bloquear la ley trans escocesa, que, según algunos, habría costado la presidencia de Sturgeon. El ministro británico para Escocia lanzó un comunicado el pasado mes de enero, donde motivaba la paralización del proyecto de ley sobre autodeterminación de género. “Tras una consideración minuciosa y cuidadosa de todos los consejos relevantes y las implicaciones políticas (…) Me preocupa que esta legislación tenga un impacto adverso en el funcionamiento de la legislación sobre igualdad en Reino Unido”. 

Allí, el caso de Keira Bell ha hecho replantearse la situación a los legisladores. Con 24 años, denunció su caso y consiguió ser indemnizada, que se produjeran cambios legislativos y el cierre de la clínica donde le intervinieron. Los jueces determinaron que, con 15 años, no se tiene madurez suficiente para tomar una decisión de semejante importancia. La joven alegó que solamente la vieron en tres ocasiones, sin cuestionar en ningún momento su decisión ni hacerle reflexionar o valorar la situación desde otro punto de vista. 

Pero además de conocer los casos de personas que denuncian, como víctimas, sus experiencias, me parece muy importante también rescatar este imprescindible artículo, escrito por una profesional de la salud que ha dedicado buena parte de su vida a gestionar las admisiones en una de las clínicas pediátricas estadounidenses en las que se realizan las terapias y operaciones de cambio de sexo. Jamie Reed explica con todo tipo de detalle su experiencia, los riesgos de las terapias y cómo ella ha tenido que dejar un trabajo por la falta de ética que ha visto entre sus compañeros. Hablamos de una mujer que está casada con una persona trans, por lo que es innegable su absoluto respeto y aceptación de esta realidad. 

La conclusión a la que llega Reed es exactamente igual que los informes de Suecia, Finlandia o Australia: es necesario tener muchísimo cuidado ante esta creciente demanda de cambio de sexo entre adolescentes, puesto que los tratamientos a los que se les someten causan daños gravísimos e irreversibles para su salud en una edad en la que no tienen capacidad para entender el calado de las consecuencias. 

Como mujer, como madre, como persona que está absolutamente comprometida con el derecho a la salud, a la información y, por supuesto, a la integración de todas las personas en la sociedad respetando su libertad, escribo hoy estas líneas como ejercicio de reflexión necesaria para una sociedad que a veces corre demasiado sin analizar en prendida las consecuencias. Sería bueno preguntarse a quién beneficia realmente someter a tratamientos farmacológicos durante toda la vida a tantísimas personas (tratamientos, dicho sea de paso, que son carísimos).