A medida que la política se degrada, las relaciones personales también se empobrecen y se me va acumulando la basura en la puerta de casa. Tengo suerte que la puerta es fuerte, y que ya no vivo en Barcelona y puedo salir tranquilo, sin miedo a encontrarme por la calle al típico unionista arrogante o al típico catalán satisfecho de la torreta, que diría Diana Coromines. Es una sensación, esta de ver como la porquería se va esparciendo a través de las personas que conoces, muy difícil de transmitir a la gente que no vive cerca del poder político, o que prefiere pensar que CiU solo era el tres por ciento envuelto con la bandera.

El famoso gen convergente que La Vanguardia trata de resucitar era la garantía de una convivencia civilizada que ya no volverá a ser posible sin un respeto por la historia. Cómo explica Reynald Morella a Casablanca, el día que Jordi Pujol muera, su muerte nos parecerá igual de patética que la de Xirinacs. Pujol morirá exactamente igual de exhausto y de frustrado que Xirinacs y que todos los catalanes que dejó abandonados para poder dar tiempo al país de reponerse; para darme tiempo a mí, por ejemplo, de ir a la universidad y hacer la tesis doctoral en Barcelona, cosa que pocos amigos míos han conseguido.

Tarde o temprano, Pujol morirá y con su funeral humillante y carnavalesco todos los catalanes que todavía no se han vendido la herencia de los padres o el futuro de sus hijos entenderán por qué hay que liberar el país al precio que sea. El fantasma de la abstención da tanto repelús porque expresa este sentimiento, un sentimiento íntimo que irá creciendo como una selva en el corazón de los catalanes, incluidos los que todavía voten en este ciclo de elecciones. Es solo una cuestión de tiempo que todo el país pierda la esperanza de arreglar nada por las buenas con los españoles, que se dé cuenta de que no hay redención dentro del marco autonómico, ni siquiera para el español del año.

Pujol dio a los catalanes una manera colectiva de estar en el mundo a través del pujolismo. La próxima vez que esta manera colectiva de estar en el mundo se exprese de una forma política masiva, recordará cómo ha acabado el presidente y su partido.

Cuando Pujol muera, habrá menos sonrisas de conejo y menos bromitas que cuando murió Xirinacs, pero los catalanes verán el mismo fracaso, el mismo escarnio y sobre todo el mismo veneno. Anna Grau, la candidata de Ciutadans, ya lo ha intuido y trata de escaparse representando un eslogan que casi todo el mundo se ha tomado como una broma de mal gusto, pero que es una premonición. La Grau, a quien conocí en l'Avui, cuando era independentista y escribía en catalán, se burla del antiguo eslogan 'Barcelona es Capital' porque la candidatura de Primàries ha sido el último intento, hasta ahora, de dar continuidad a la esperanza que había sostenido el pujolismo —y que antes había hecho posible la República.

La Grau se ríe de ella misma, no sé si por iniciativa propia o por la de los barrigudos que le pagan la fiesta, pero el hecho es que prefiere hacer escarnio del fruto más refinado y democrático de la Catalunya pujolista que intentar ganar unas elecciones. Solo hay que mirar el cartel para ver que, como todos los catalanes, está desesperada; igual que Bernat Dedéu, que ya no encuentra la manera ni de defenderse por escrito. O del pobre Salvador Sostres, que tiene el cerebro tan desmejorado que necesita equiparar el independentismo con ETA. Cuando veo el papelón que hacen los compañeros que hicieron la beca doctoral conmigo en la Ramon Llull, comprendo por qué me mantenía a distancia de manera instintiva.

Me he pasado toda mi vida profesional vigilando sacar el máximo partido de las posibilidades que se me ofrecían dentro del sistema sin dejarme embadurnar de una forma irreversible. Hasta hace poco era difícil, pero ahora será imposible. Basta pensar en la muerte de Jordi Pujol y ver a Xavier Trias disfrazado de gigoló en los carteles electorales. Las élites del franquismo sociológico que el pujolismo justificó con sus victorias electorales tratan de recoger las últimas migajas de una cultura política que no pueden entender por qué están demasiado sucias para digerirla. Los anticonvergentes "que se jodan", dice Trias intentando disimular que los votantes de CiU que le justificaban, a él ya su familia, son precisamente los que ha traicionado.

Pujol dio a los catalanes una manera colectiva de estar en el mundo a través del pujolismo. La próxima vez que esta manera colectiva de estar en el mundo se exprese de una forma política masiva, recordará cómo ha acabado el presidente y su partido. Da igual cuántas veces Trias reivindique a CiU o Jordi Cañas diga que él también es catalán. Da igual cuántas oleadas de inmigrantes vuelvan a traer los españoles para intentar atraparnos en las contradicciones políticas y humanas que han destruido a Pujol. Da igual cuántas veces se vuelva a reeditar Des dels turons a l’altra banda del Riu. Como explica mi amigo de Casablanca, el río lo atravesamos cuando Pujol todavía vivía.

La convivencia consistía en pensar que Pujol era diferente que Xirinacs, y en casa siempre supimos que los castellanos no veían ninguna diferencia.