Los numeritos de Xavier Trias después de la investidura de Jaume Collboni, y los tuits de algunos periodistas sobre Sílvia Orriols, me han hecho pensar en un amigo que de pequeño arrancaba las alas a las moscas. Queriendo o sin querer, ERC ha hecho un poco eso con el catalanismo. Primero le arrancó el ala cosmopolita y culturalista, aliándose con el PSC. Después le arrancó el ala emprendedora y burguesa aliándose con CiU. A diferencia de las moscas que torturaba mi amigo, el catalanismo ya era una ideología muerta, cuando ERC irrumpió a la Generalitat. Pero eso no quita que el espectáculo de estos días me haya hecho pensar en la agonía de aquellas pobres moscas desorientadas, que mi amigo convertía en insectos terrestres desesperados y tristes.

El catalanismo está muerto, pero ni siquiera Jordi Graupera, que se hartó de predicarlo en su campaña de Primàries, parece capaz de aceptarlo. Seguramente tiene alguna cosa que ver su relación con Clara Ponsatí y el Agustí Colomines, que me dijo de todo la primera vez que lo escribí hace más de dos décadas. Si el catalanismo estuviera vivo, no sería Roger Muntanyola el político que volvería a alzar la bandera. Pero si nos hubiéramos librado de su fantasma, no sería tan fácil tildar a Orriols de fascista. Primero porque veríamos clarísimo que el PP ha hecho alcalde a Jaume Collboni para evitar que fueran los concejales de VOX los que se colgaran la medalla. Y segundo, porque preferiríamos escuchar el grito de alerta de Orriols, que no hacer de más y de menos con el PSC, mientras despotricamos de Juana Dolores.

Orriols y la poeta marxista han entendido muy bien, igual que Santiago Abascal, una cosa que no parecen haber entendido muchos independentistas de Convergència. Y es que la lucha nacional y la lucha de clases van más juntas que nunca. Dolores salió a matar a Xavier Trias a TV3, porque percibía instintivamente que un acuerdo entre la vieja Convergència y Madrid la devolvería directamente al sótano. Orriols no pone a sus hijas como excusa, como han hecho todos los políticos que conozco, porque sabe que si ahora no cambia el rumbo del país, sus nietos acabarán disputándose las ayudas públicas con los magrebíes y los sudamericanos. Lo pongo crudo para que se entienda. Si no hay autodeterminación, alguien tendrá que ir al sótano y Madrid, como siempre, trabaja para que sean los ciudadanos de cultura catalana.

Hace cuatro años que predico a favor de la abstención porque pienso que el país no se desenganchará del fantasma del catalanismo si no se desengancha económica y emocionalmente de los partidos que hicieron el procés

Elevar el discurso de Orriols era fácil. Graupera mismo habría podido integrarla en una alternativa con cara y ojos, pero prefirió especular con los recursos de los pijos progresistas que ya enredaron a Colomines y Ponsatí en su juventud. Es más fácil sufrir por el futuro del catalán que enfrentarse a Vichy para explicar que el mismo partido nacionalista que lideraba el procés en nombre del talento y la cultura Business Friendly se dedicaba a consentir a los empresarios de un sistema basado en la mano de obra barata. Una convergencia nacionalista de izquierdas trae menos problemas y liga mejor con el ambiente de la época. En ERC también prefieren alzar la bandera del antifascismo que enfrentarse a los discursos suicidas de la CUP. Puigdemont solo piensa en él, y por eso acentuó la cursilería y el republicanismo, mientras ponía los huevos en todas las cestas.

El problema es que, sin un ejército y una clase dirigente, el país vuelve a los conflictos de hace un siglo, y solo tiene la riqueza de su cultura democrática para tener una voz en Europa. Si el debate político se reduce a los límites mentales de TV3, será el país mismo que acabará como una mosca sin alas, triste y desorientada, igual que el catalanismo. Hace cuatro años que predico a favor de la abstención porque pienso que el país no se desenganchará del fantasma del catalanismo si no se desengancha económica y emocionalmente de los partidos que hicieron el procés. La prisa de Alianza Catalana para entrar en el Parlamento, después de los resultados de Ripoll, tan hinchados por los diarios de Vichy, es un ejemplo de la dependencia que todavía genera el fantasma del catalanismo.

En vez de trabajar el territorio, y de esperar a ver qué resultado dan sus tesis, el partido de Orriols se prepara para ir a las autonómicas, igual que Dolores trabaja para salir en La Vanguardia, o que Anna Punsoda se ha hecho feminista. Tenemos una Europa y una España que ya habrían querido nuestros abuelos. Tenemos una educación y unos ahorros que no tendrán nuestros nietos, si lo fiamos todo al poder de los políticos, que ya no es el que era. Oriol Junqueras ha entendido que la Generalitat se tiene que convertir en una repartidora que evite males mayores y que apacigüe la miseria. La piedra angular del país no es capaz de crear una cultura política conservadora, moderna y eficaz, no saldremos adelante.

Necesitamos una dialéctica política interna mucho más intensa y democrática que la española. Si nos hacemos antifascistas todos, acabaremos todos colocados en la administración, o dependiendo de sus ayudas. Ahora que hemos normalizado el discurso independentista, tendríamos que normalizar los valores de la derecha, que son los que dan músculo económico a los intereses de los países. Y recordar que el catalanismo, con su buenismo grandilocuente y su famoso oasis, no fue capaz de parar las matanzas de la retaguardia, en la última guerra de España.