Y de pronto son noticia las condiciones en las que viven todos los colectivos que hacen su trabajo a la intemperie en lugares con climas extremos. Ha tenido que morir un barrendero sexagenario que hacía su trabajo bajo un sol de justicia a las horas de mayor temperatura para recordar que la gente del campo, la de limpieza o la de la construcción tienen que hacer su trabajo durante horas diurnas a veces convertidas en infierno, y en otros momentos del año, como si estuviesen dentro de un congelador. También los mineros o quienes trabajan en naves industriales poco acondicionadas, o los que atienden las parrillas en las cocinas de los restaurantes, o quienes transitan las lavanderías industriales o los aparatos de esterilización de los hospitales padecen inclemencias térmicas, pero ahora todas las miradas se concentran en quienes se abrasan al sol día tras día para solucionar nuestros problemas y proveernos de los servicios que necesitamos, algunos más preparados, como es el caso del cuerpo de bomberos, triste y eficiente protagonista de los recientes incendios, y otros menos, como los operarios que se tuestan en mangas de camisa subidos a una grúa en una zanja de autopista.

El aire acondicionado llegó a nuestras vidas de la mano de las grandes superficies en aquellos tiempos en que en la mayor parte de las casas era una quimera, y su generalización nos ha hecho menos capaces de soportar el calor. Si no, que se lo pregunten a los beduinos del desierto o en general a toda la población africana que desde nuestro trópico hasta el ecuador es capaz de encajar mucho más y mejor lo que a nosotros nos parece insufrible. Algunos de ellos, traspasando las fronteras, los encontramos en nuestras playas cargando fulares y latas de refrescos, trabajando al mismo sol en el que se tuestan quienes en ese momento no trabajan otra cosa que su bronceado. La penosidad radica no tanto en el sol, por tanto, sino en estar bajo él cuando no nos apetece, en el trabajo al sol que alguien tiene que hacer si queremos que el sistema en global siga funcionando, mientras ve que otra parte de la población vive aislada de esa inclemencia, metida en la nevera de su oficina, despacho o vivienda.

El porcentaje de bienestar físico laboral es hoy mayor que nunca, aunque otros malestares más intangibles han venido a sustituirlo, pero algunos colectivos siguen hoy como ayer expuestos al frío y al calor

Somos menos sufridos en este Occidente de la refrigeración a granel, sí; pero eso no quita que aquí, como allá, las personas más vulnerables puedan acabar muriendo de calor, y que sea responsabilidad de un poder público vigilante y de unas empresas que deben cumplir sus obligaciones, como ejecutar una prevención de riesgos laborales que minimice las situaciones en que el colapso se produzca. En ese tema se ha avanzado extraordinariamente, de manera que ahora ya es posible incluso ahondar en riesgos psicosociales que hace un siglo habrían parecido ciencia ficción. El porcentaje de bienestar físico laboral es hoy mayor que nunca, aunque otros malestares más intangibles han venido a sustituirlos, pero algunos colectivos siguen hoy como ayer expuestos al frío y al calor. Sin embargo, todo es más complejo de cómo se vende, y me pondré de ejemplo de lo que esa prevención difícilmente podrá solucionar: las personas que padecemos de anhidrosis no sudamos por más calor que haga. Eso significa que en situaciones de alta temperatura podemos colapsar, que es en general lo que está ocurriendo en los golpes de calor, que las altas temperaturas de este año ya se han cobrado casi 400 vidas. Mi trabajo no es penoso desde el punto de vista físico, pero entrar en un coche que haya estado al sol mucho tiempo puede provocarme una reacción peligrosa: si muero, ¿es por mi trabajo?, ¿algún responsable o directivo de mi empresa podría haberlo evitado?, ¿podré achacar a mi empresa que su prevención de riesgos laborales ha sido ineficaz o inexistente? La respuesta a todas esas preguntas es no. Solo yo sé lo que arriesgo transitando una calle sin árboles a las 4 de la tarde. De ser obligatorio mi tránsito por esa calle, como es el caso del trabajo del barrendero, sí que es necesario establecer una política de prevención que minimice el riesgo, pero la persona vulnerable podrá morir, como así ha sucedido en esos otros casi 400 casos, en situaciones distintas de las del trabajo, tal vez volviendo del mercado o barriendo la terraza de su casa, o sencillamente por no haber bebido el agua que se le recomendó.

Seamos justos: hay en todos nosotros una parte de responsabilidad en la gestión de nuestras vidas. Lanzarse en tromba con una motocicleta a gran velocidad para llegar a una fiesta puede ocasionar la muerte del conductor y de otras personas; llevar un camión sin las condiciones de seguridad adecuadas, también. Solo la segunda atañe a la prevención de riesgos de la empresa y a la inspección laboral. Y en esas tareas preventivas la actitud de los trabajadores también ha de ser vigilante: subirse a un andamio con unas copas de más a cuarenta grados de temperatura otorga un triste y probable boleta en la tómbola de morir al sol. Intentemos, quienes podamos y cuanto podamos, no hacerlo más fácil.