Quim Monzó, prudente, evita escribir de política, de lo que se suele llamar política pero que, en realidad, es hablar minuciosamente sobre los partidos políticos, el politiqueo, la politiquería, de las tonterías que se dicen en nombre de unos supuestos ideales y de las miserias de los poderes y contrapoderes de unos señores y unas señoras que le llaman trabajar a hacer reuniones y más reuniones, a llamarse por teléfono, a levantarse tarde y a insultarse entre ellos. De hecho, si repasamos sus miles de artículos publicados en la prensa, en realidad el maestro Monzó no ha hecho otra cosa que hablar de política, constantemente, porque un país no puede ir muy lejos cuando la restauración puede ser un engaño recalentado, cuando los horarios de atención al público se convierten en una desiderata y no en un compromiso, cuando largamos sin saber exactamente lo que estamos diciendo y sólo repetimos una repugnante colección de tópicos que nos precipitan en la confusión mental, en la perdición más absoluta. Quim Monzó no ha hecho otra cosa que escribir de política cuando, ya desde sus inicios como escritor en los periódicos, nos había advertido de la degradación imparable de la lengua catalana y de nuestra extinción anunciada. Nuestra sociedad dice que venera el idioma pero, en realidad, ha renunciado colectivamente a él, se la suda, lo ignora y lo margina porque, como cualquier sociedad provinciana, cree que en español o en inglés atará los perros con longaniza y llegará el día en que lo tendrá todo pagado. Somos una sociedad que nació ya cansada y acomplejada. Como el homosexual que no se acepta a sí mismo sólo porque los demás no le quieren, al ciudadano catalán le gustaría, en el fondo, dejar de ser lo que es de una puñetera vez. Quiere terminar pero quedando bien. A los catalanes lo que nos entusiasma, sobre todo, es quedar bien.

A los que creen que Quim Monzó exagera, que los que le damos la razón somos unos locos fanáticos del catalán, cuatro exaltados suprematistas —si quieres presumir de supremacista ahora debes usar imperativamente la palabra suprematista por recochineo—, a todos los profesionales de quitar hierro a los conflictos, les ruego que tengan la bondad de leer una simple frase que encontrarán en la internet. No se trata de ningún texto menor ni huérfano, sino todo un señor titular de una casa fuerte, de solvencia contrastada, del ente público Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals, y más concretamente del programa El Matí de Catalunya Ràdio que conduce Mònica Terribas. Una emisión que pagamos entre todos. El titular mencionado corresponde a la entrevista que la gran dama de las ondas hertzianas hizo a Quim Monzó el 13 de marzo de este año y que pone en boca del escritor la siguiente perla: “Quan et donen un premi, vas al doctor i preguntes: ja està... tinc càncer?” ( http://www.ccma.cat/tv3/alacarta/la-riera/la-riera/video/5747584/# )  Leí, me fregué los ojos, releí lo que ya había leído y, ni corto ni perezoso, me aposté conmigo mismo un cojón entero y parte del siguiente que era imposible que Joaquín Monzó i Gómez, conocido por su nombre de pluma como Quim Monzó, hubiera sido capaz de decir una frase en un catañol tan colosal, tan inmundo —asquerós como se dice ahora—. De hecho me aposté conmigo mismo —los suprematistas vivimos en una negra y bien merecida soledad— que era imposible que ningún catalanoparlante con dos dedos de dignidad y de sentido del idioma hubiera dicho jamás, ni sometido a las más crueles torturas, que va al doctor cuando, en realidad, lo que hace es, simplemente, anar al metge. Total, que escuché la entrevista y constaté que Quim Monzó decía textual y genuinamente, hablando con un facultativo imaginario: “Doctor, tinc ja un càncer o què?”, una frase que no tiene nada que ver con el titular. O sea, que desde el 13 de marzo hasta hoy, todo el mundo que lo ha visto ha creído que este titular estaba bien escrito y debía mantenerse sin enmienda. Que estaba escrito en catalán. O que todo el mundo se ha callado porque no tiene ninguna importancia. Lo más grave, sin embargo, es que con este constante revisionismo lingüístico, con la ascensión imparable del dialecto catañol, con tanta dejadez y tanto morro, llegará un día en que nos asegurarán que la famosa frase de Josep Tarradellas al volver del exilio fue, en realidad, “Ciutadans de Catalunya, ja estic aquí”. Me vuelvo a jugar un cojón y parte del otro que muchos lectores pensaran que las palabras del viejo presidente, así, son exactas, textuales, tal y como las acabo de escribir.