Este sábado, el suplemento Cultura/s de La Vanguardia sorprendía a la secta cultureta del país (también parte de la iletrada y el grueso ciudadano de profesión indiferente) con una fotografía de Quim Monzó y Sergi Pàmies cogidos de la mano andando por Sant Antoni. Los medios de casa Godó publicitaron la instantánea con el entusiasmo de haber asistido al parto de una versión nuestra del V-J Day in Times Square d'Eisenstaedt. El hito artístico se lo valía, ciertamente, porque el responsable de este retrato de nuestros dos séniores en postura de nueva masculinidad (un tal Pedro Madueño) decidía rematar la ocurrencia inmortalizándolos mientras se zampaban un churro a punto de besarse, imitando los perros de La dama y el vagabundo de Disney. En la fiesta del amor no podía faltar el crítico Julià Guillamon, que está a punto de publicar un libro donde los dos escritores intentan recordar batallitas.

A mí, como os podéis imaginar, no me sorprende nada ver cómo La Vanguardia escarnece y ridiculiza por enésima vez la literatura catalana. De hecho, a principios de este mes, el diario hacía honor en su hábito de banalizar nuestra letra, publicando una fotografía conjunta de algunos editores independientes del país (como las espléndidas Laura Huerga y Eugènia Broggi y mi querida Rosa Rey) haciéndose un selfie y postureando como si fueran zoquetes. Contemplar a mis coetáneos dejándose retratar haciendo el burro me turbó un poco, sobre todo porque tengo su trabajo en gran estima; pero eso de ver cómo dos de nuestros mejores escritores se dan la manita supera el enfado. Si pensáis que exagero, imaginad cómo recibirían Pascal Quignard y Annie Ernaux la petición de hacerse una foto cogiditos de la mano o la cara que pondrían Naipaul i Coetzee si les hicieran morrearse compartiendo un chucho.

Da mucha pereza tener que escribir cosas tan básicas, pero todavía da más miedo asistir al hecho de que la conciudadanía vea cómo se mean encima de nuestra literatura y todavía les provoque sonrisas de complacencia

Sin ir tan lejos, cavilad por unos instantes si La Vanguardia habría tenido tanta creatividad fotográfica con dos autores respetables en lengua española. ¿Os imagináis el tal Madueño pidiendo a Enrique Vila-Matas que pasee del brazo con Eduardo Mendoza por la rambla de Catalunya? Me da igual si Sergi y Quim quieren celebrar su gamberrismo ancestral haciendo coña de ellos mismos y mostrándose al mundo como dos jubilados en conversión queer. Les guste o no, representan nuestra literatura y tienen que ser los primeros que se nieguen a hacer una pantomima tan hortera. Se lo escribo precisamente porque respeto su obra y creo que su legado literario se tiene que tener en consideración. No es suficiente que lo hayan escrito: por mucha pereza que les suponga todo esto, que lo entiendo, cuando menos, tendrían que poner una mínima energía en que sus paganinis no se mofen de ellos.

Yo entiendo que los publicistas de casa Godó se hagan pajas viendo a dos escritores del país haciendo el pena en esta pantomima de fotografía, y comprendo también que no tengan suficiente valentía para tomarse seriamente un hecho tan trágico como que todo un Premio de Honor decida dejar de publicar libros en catalán cuando está en una época espléndida para seguir escribiendo. Lo que no me entra en el coco es esta aprobación general de la tribu delante del pienso que regala La Vanguardia y que no encontrarán en ningún equivalente literario del mundo (especialmente, entre las lenguas que se encuentran en estado de emergencia). Da mucha pereza tener que escribir cosas tan básicas, pero todavía da más miedo asistir al hecho de que la conciudadania vea cómo se mean encima de nuestra literatura y todavía les provoque sonrisas de complacencia. Si me enfado así es justamente porque admiro a Quim y a Sergi.

Aplaudir la colonización cultural del enemigo: esta es la magnitud de la tragedia.