Les gusten o no a sus críticos, Podemos y Vox son dos partidos constitucionales. Su existencia es la prueba del grado de tolerancia ideológica de nuestro sistema político, lo que en derecho constitucional estudiamos como pluralismo.

El fundamentalismo islámico dice que esa es la gran fuga de nuestra democracia, que nos permite votarlo todo, cuando la realidad es que todo no se puede votar. Quienes se enfurecen con uno u otro de los dos partidos mencionados compartem con ese fundamentalismo la actitud militante de que la verdad existe por mucho que cueste encontrarla.

Yo también lo pienso. Creo que la verdad existe y que cuando nos topamos con ella alcanzamos la auténtica libertad, la que no se mide con dinero, la que no persigue la total equiparación entre personas porque entiende lo grandioso de la diferencia. En el fondo, libres e iguales es una expresión rayando al oxímoron y quienes la usan deberían intentar olvidarse de rasar a las personas en la misma altura, buscar equilibrios numéricos o hacer pasar por igualdad de oportunidades lo que no es otra cosa que imposición de resultados. Atender a ese criterio implicaría dar la vuelta a tantos temas, supuestos retos, enconadas luchas y subvencionados negociados de las diversas causas, que mejor lo dejo estar. Pero también significa que quienes lo afirman no lo dicen de cara, pero no les gusta el Estado de las autonomías, que es justamente la afirmación de que la igualdad es un concepto relativo y que la libertad no se mide con ella.

En el fondo, libres e iguales es una expresión rayando al oxímoron y quienes la usan deberían intentar olvidarse de rasar a las personas en la misma altura

En el mismo terreno pantanoso se encuentra también la existencia de los partidos cuyo objetivo es la desintegración del Estado por la vía de la independencia de un pedazo de su territorio. En países en cuya Constitución hay cláusulas de intangibilidad como la alemana, el debate solo sobre la existencia de partidos independentistas se plantea en un terreno puramente teórico, pues ningún partido puede “atentar contra la República", blindada frente al poder constituido, sea este federal o federado. Quiere eso decir que el partido independentista bávaro no puede plantearse declarar en su Parlamento autónomo que a Baviera ya no la vincula el Tribunal Constitucional alemán cuando se oponga a los intereses del Estado federado, en un paralelismo con lo que ha acontecido en el Parlamento catalán.

Pero el Estado y la Constitución española, sin cláusulas explícitas de intangibilidad, solo se plantean como límite a los partidos políticos el hecho de que estructuralmente persigan fines delictivos o que justifiquen la violencia en la consecución de sus fines. El artículo 21 de la ley fundamental de la República Federal Alemana, en cambio, establece que “los partidos que por sus fines o por el comportamiento de sus adherentes tienden a desvirtuar o eliminar el régimen fundamental de libertad y democracia o a poner en peligro la existencia de la República Federal de Alemania son inconstitucionales”, estamos ante lo que podríamos considerar partidos independentistas meramente teóricos o virtuales, que aceptan de buen grado que el Tribunal Constitucional les niegue la posibilidad de hacer un referéndum, entre otras cosas, porque no tienen alternativa. La pregunta es, entonces, qué deberíamos decir de las proclamas que llevan a cabo los partidos independentistas en España y si este tipo de partido independentista en la democrática, admirada y respetada Alemania podría subsistir.

Sí, el resumen es que la independencia, aquí o allá y citando a Torra y Colomines, es imposible sin la revolución, pero quizá así se entienda por qué Rajoy decía que, además de no querer y en relación al referéndum, sencillamente no podía. Algunos juristas dicen que sí se puede, pero como hay otros que ya están pidiendo una reforma constitucional para incluir una cláusula de intangibilidad parecida a la alemana que nos saque de toda duda y afirme de forma rotunda lo contrario, quizás sea mejor dejarlo todo (tan mal) como está.