Una reunión del presidente Torrent con los presidentes de los grupos parlamentarios para hablar sobre el decorum en el Parlament. Pocos días después, una filípica de la presidenta Pastor a los diputados del Congreso. No es casualidad; son los mismos sujetos de los mismos grupos, con la misma visceralidad enfrentada, los que ocupan todos los espacios de la vida pública, nutren sus economías con nuestros recursos y ofrecen a la cámara el acto viralizable de turno, el ánimo a los propios, la rabia a los opuestos.

No es posible encontrar en el presente político español una ocasión más clara para recordar que ética y estética van juntas, que cualquier armonía de las formas no acompañada del bien es diabólica, y que toda ética que prescinda de la formalidad es la semilla del mal que a Maquiavelo se atribuye en la frase “el fin justifica los medios”. El matonismo se ha instalado en el discurso y es imposible desbrozar la idea del envoltorio, más que imposible, es ilícito. No se trata de la santa indignación que empujó a Aquél hace dos mil años a expulsar a los mercaderes del templo. Con un tono de voz más suave y alguna sonrisilla de suficiencia en el caso de Rufián o de las CUP, con unos aires de condescendencia que sin embargo comparten con sus opuestos, los Carrizosa y aledaños del estilo barriobajero, del desprecio gestual, de la carcajada despreciativa… Fair play bajo cero. Sonroja advertir el grado de desfachatez con el que todos ellos se han sumado a aquel soez gesto de David Fernàndez blandiendo la zapatilla en la sesión parlamentaria donde comparecía Rodrigo Rato.

El peor parlamentario del siglo pasado superaría con creces el mejor de éste

Cada cual defenderá lo suyo. Y argüirá que, donde sobran las razones, la calidad del gesto es irrelevante. Pero no es verdad, y desde luego la bajeza del contrincante no justifica la propia más allá de la reacción emocional de rechazo y el asco que nos pueda suscitar el espectáculo. Ya no podemos pedir que la retórica, la facilidad oratoria, el más somero hilván de un par de subordinadas les acompañe. Nos conformaríamos con que esos aprendices o aspirantes a aprendices de presidente, o esos meros lectores de escritos realizados por otros mantuvieran la pulcritud indumentaria, el aseo mínimo exigible a quien se relaciona con otros de la especie humana y la educación que en "la generación más preparada de la historia" se supone debería concitarse.

Pero ni eso. El peor parlamentario del siglo pasado superaría con creces el mejor de éste. Alguien podrá calificarme de agorera o de excesivamente crítica. Hurto al lector la expresión del interés que me merecerían esos o comentarios parecidos. Sencillamente apelo a la intuición y el instinto: ¿no les da vergüenza comportarse de ese modo en la máxima institución del país?