Por lo que parece, una cuarta parte de los pacientes que ingresan en las unidades de cuidados intensivos de los hospitales en Catalunya son personas ya vacunadas. Los medios de comunicación y el propio sector sanitario han puesto énfasis en las otras tres cuartas partes de enfermos críticos, recordando que en su mayoría habían prescindido de la vacuna, aunque también se contaban entre ellos personas con la pauta incompleta. El dato, tanto para una como para las otras tres partes del total, induce a la reflexión, porque significa que ni la vacuna evita la gravedad en un importante número de casos graves, ni la ancianidad, ya diezmada por las anteriores horas de la pandemia, cuando todavía no teníamos ni vacuna ni mascarillas, parece estar tan vacunada como se nos dijo, teniendo en cuenta que ya hemos superado la barrera del 50 % quienes nos hemos sometido a este tratamiento preventivo.

La noticia de que el veinticinco por ciento de quienes ingresan en las UCI están vacunados es, a mi entender, la peor de este extraño viaje pandémico, porque impide mirar el futuro con la esperanza de recuperar la normalidad

La historia de esta pandemia, que ya va por su quinta ola en lo que se refiere a nuestro entorno inmediato, es la historia de pronósticos errados. Ni los más agoreros han visto llegar el apocalipsis, ni el resto pueden estar demasiado orgullosos de lo que se conserva en la hemeroteca sobre sus vaticinios. Excepto algunos matemáticos, que demostraban en sus predicciones que, como agregado, somos tan poco espontáneos y originales como un rebaño de ovejas (claro, de ahí lo de inmunidad de rebaño...), el resto ha ido haciéndonos tropezar en esas piedras que tanto nos gusta volver a encontrar para repetir la jugada con el mismo o mayor ahínco. Entre otras cosas, porque de lo que decían los números y sus augures estuvieron haciendo poco o ningún caso desde casi el principio.

Ahora, sin embargo, la cosa es incluso peor desde el punto de vista de la incertidumbre. Ciertamente la mortalidad ha bajado. El virus, que parece tener inteligencia, aunque se diga que no es vida, intenta no matar a su huésped, así que, una vez descontados quienes tenían pocas o nulas defensas, lo más que suele hacer es meternos en la UCI. Pero entrar en la UCI puede significar secuelas, en algunos casos indelebles y en buena parte temporalmente inhabilitantes. Así que la noticia de que el veinticinco por ciento de quienes ingresan en las UCI están vacunados es, a mi entender, la peor de este extraño viaje pandémico, porque impide mirar el futuro con la esperanza de recuperar la normalidad. Por supuesto habrá que ver qué porcentaje en términos relativos a una población mayormente vacunada suponen esas cifras, pero para empezar impide bajar la guardia, incluso en entornos supuestamente seguros. Y aunque me encuentro entre quienes piensan que los números de la pandemia solo son alarmantes si y en la medida en que presionan el sistema sanitario, lo cierto es que datos como el ahora conocido sobre vacunados que no son inmunes no hace más que retrasar la recuperación económica, tan necesaria para múltiples sectores de nuestro tejido productivo y sujeto paciente de todos los pronósticos que han ido fallando hasta ahora.