Hoy hace 40 años Cataluña votó mayoritariamente a favor de la Constitución que se había fraguado en la cesión mutua entre fuerzas políticas tan opuestas que sentaron a la mesa constituyente a vencedores y vencidos de la Guerra Civil, amén de una representación de la secular voluntad catalana de autogobierno.

Por ironías del destino quienes en su día no la querían hoy la defienden a ultranza, algunos incluso proponiendo reformas que pretenden acabar con el modelo que en ella se establecía como solución a la cuestión territorial. Por otra parte una parte de quienes entonces la votaron se han alejado de ella. Dirán que la cuestión es que no pudieron votarla porque no habían nacido, pero esa absurda cuestión no se plantea en ningún país del planeta, porque habría que revisarla cada día (cada día alguien deviene mayor de edad).

Al tiempo han aparecido partidos que con su percepción del izquierdismo harían enrojecer de vergüenza a Santiago Carrillo, cuya inmolación en el Partido Comunista de España al aceptar la monarquía y la bandera españolas fue piedra angular del puente tendido con Adolfo Suárez y Manuel Gutiérrez Mellado desde el franquismo hasta una Transición que entonces asombró al mundo. Nadie lo ha descrito mejor que el irascible Cercas en su no novela Anatomía de un instante (gracias), que debería ser lectura recomendada para cuantos hoy hablan de oídas sobre aquellos días del trueno.

Una Constitución demasiado larga para no quedarse vieja pronto quiso acotarlo todo y ahora hace aguas frente a demasiadas expectativas. La americana dice menos y ha transitado más ligera a lo largo de casi tres siglos. La italiana lo hace desde 1947, pero los que la parieron ya no la reconocerían excepto en aquellas partes que, como en la alemana, no son susceptibles de reforma, es decir, están petrificadas. Partes de la Constitución impermeables a la democracia circunstancial por causa de un pacto constituyente que se entiende superior a las veleidades de las épocas y sus deseos. 

Quienes ahora se quejan de que existan partidos que consideran anticonstitucionales son quienes menos creen en la Constitución

Quienes ahora se quejan de que existan partidos que consideran anticonstitucionales son, paradojas de paradojas, quienes menos creen en la Constitución, quienes más esfuerzo han estado haciendo en estos tiempos furiosos por alejarse de ella. Vox no reniega de la Constitución española, pero quiere reformarla para eliminar la descentralización política. Eso no lo hace más o menos democrático, si Francia puede ser centralista sin que nadie la cuestione por ello. Esa cuestión, como todo, depende de las mayorías, aunque ya sabemos que algunas son endémicamente minorías por una cuestión territorial. Vox también pretende reformar la Constitución para evitar que la palabra matrimonio que en ella se incluye pueda albergar uniones de igual sexo, pero también eso sucede en diversos países democráticos y nadie los ha tildado de homófobos por el hecho de decir que la terminología debe ser exacta.

Tampoco hay una condena internacional en el hecho de decir que el propio país va primero. Mientras Trump pueda seguir diciendo America first sin que el Consejo de Seguridad de la ONU pestañeé, también España o Italia o Dinamarca podrán hacerlo legítimamente. Y, por supuesto, si la reformas propuestas lo son solo de la legislación, ya sea para eliminar la ley de memoria histórica o la de violencia de género, tendrá la última palabra sobre el tema el Tribunal Constitucional, que de hecho ya se ha pronunciado a favor de esas leyes y no en contra.

El límite de todo, así, y por tanto el límite al miedo es la Constitución. Contra ella no hay posibilidad de eliminación de las libertades, salvo que nos volviéramos tan locos que todos votáramos partidos políticos que pretendieran la eliminación definitiva de nuestra libertad. Pero eso no puede suceder, ¿verdad?; eso solo lo pueden decir las personas que creen que la democracia no tiene límites, que todo se puede votar, que bajo el paraguas constitucional cualquier pregunta es lícita.

En todo caso no deberían escandalizarse por supuestos ataques a la Constitución quienes crean que es ésta un enemigo de la libertad y no lo que es por definición: la última frontera frente a la barbarie. A pesar de los pesares, gracias.