Como la burguesía catalana del siglo XIX, hace 25 siglos la élite griega distinguía muy bien la función social del matrimonio de las veleidades mundanas a las que se pudiera entregar una parte de la pareja, sobre todo el hombre, ya que había que asegurar que la descendencia era la propia. Amantes y consortes convivían de manera tendente a plácida, jugando cada uno su rol en una sociedad avanzada y culta para su época. Algunos diálogos platónicos refieren cómo el gran filósofo clásico reflexionaba sobre las ideas de belleza y de amor teniendo como referente la apostura y vitalidad de su amante, Ganimedes, cuya edad hoy lo situaría en la franja de la infancia.

La consideración de la pederastia ha sufrido, como puede verse, un vuelco radical: de signo de distinción y estatus (evidentemente este tipo de relación no se daba entonces entre quienes no tenían tiempo para filosofar) ha pasado a ser execrable crimen. Aunque la precocidad sexual se aproxima hoy a la de la antigüedad (la vacuna del papiloma humano se aconseja antes de los 12 años porque se tiene que asegurar que sea anterior a la primera experiencia sexual completa), la mayoría de edad se sitúa en los 18 años. Y así, las relaciones sexuales de personas mayores de edad con quienes aún no la tienen han complicado la vida en más de una ocasión a los primeros, porque se entiende que perjudican psicológica y a veces físicamente a los segundos. Lolita es, pues, un mero recurso literario.

La familia es el ámbito en el que todas las violencias quedan ocultas, enterradas, sin terapia alguna, porque no hay ningún otro entorno en el que refugiarse

Debe decirse que el perjuicio no se produce necesariamente en todos los casos, sobre todo por esa precocidad que mencionaba más arriba y como demuestra la historia de amor de Jerry Lee Lewis con su prima Myra de 13 años. Pero para el derecho penal ese consentimiento no es libre, dijera lo que dijera Myra, y ésa es nuestra consideración penal actual. Y, sin embargo, como sucede cuando se habla de violencia machista o de violencia racial, la pederastia es violencia porque y cuando se ejerce sobre alguien vulnerable, en concreto porque y cuando rompe la infancia y todos los sueños que esa infancia atesora. La pederastia no es, pues, hoy un signo elitista, aunque haya colectivos que la reivindiquen, sino una lacra repugnante. Pero también lo fue el matrimonio homosexual y ya tiene estándares de normalidad, así que no podemos saber cómo evolucionará el trato que daremos en el futuro a las relaciones sexuales entre adultos e infantes. Por lo pronto, si queremos ser justos y del mismo modo en que no distinguimos a los niños en su consentimiento más o menos lúbrico a la relación pedófila, tampoco deberíamos distinguir entre pederastas.

Investigar se antoja necesario, pero no de forma sectorial, si no queremos que acabe la propuesta siendo considerada una maniobra de acoso y derribo en exclusiva contra la Iglesia católica, con independencia de la mayor o menor renuencia que ésta haya manifestado en colaborar para esclarecer los hechos que le atañen. Y es que los abusos y la pederastia tienen mayor facilidad de producirse en entornos de intimidad y por eso lo son los entornos educativos (y dentro de ellos no solo de centros religiosos), los centros deportivos (como se ha visto con el entrenador Benaiges), pero también la familia. Y si todos son execrables, el que mayor repugnancia produce no es desde luego el de la Iglesia, que al menos no debería serlo para aquellos que no le reconocen ascendiente moral alguno sobre los niños. El lugar más abyecto y menos explorado es la familia, con padres, madres, abuelos y hermanos (naturales o incorporados) operando como depredadores invisibles a los ojos de su propio entorno. Ése es el ámbito en el que todas las violencias quedan ocultas, enterradas, sin terapia alguna, porque no hay ningún otro entorno en el que refugiarse. Volviendo a la antigüedad, también algunos emperadores romanos practicaron el incesto. Siempre hay algún ejemplo para que quien defiende lo indefendible lo pueda seguir. Ábranse las puertas para eliminar el mal, del volumen que sea. Pero absténgase quien investiga de hacer causas generales sobre las instituciones en las que haya operado, porque, de seguir así no quedará piedra sobre piedra, ni referente moral o cívico en el que apoyarse. Y solo al mal interesa el caos.