Hay algo de inquietante en ese anuncio en el que unas vacas son tratadas a cuerpo de rey por unos sufridos ganaderos que, a cambio de tal esfuerzo por contentarlas, obtienen de ellas la leche que comercializan. Resumen: los humanos se desloman para que las vacas den leche de forma feliz. 

Hay también algo de comercialmente sospechoso en esa creciente tendencia de la juventud a adoptar una dieta vegana por un convencimiento filosófico que le impide incluso comer huevos, leche, miel o cualquier cosa en la que se vean animales de un modo u otro implicados. El otro día en el escaparate de una tienda de cuchillos en donde cada pieza tenía un precio superior al de toda una cocina en Ikea, había un pequeño apartado para carteras veganas, es decir, en las que no se había utilizado piel en su confección, e imagino que tampoco un procedimiento cruento o mínimamente invasivo para pedirle a la oveja algo de su lana. 

Estamos cada vez más cerca del tiempo en que generaciones de humanos (o de post-humanos, que ese también es un tema polémico) se horrorizarán de las que, como la nuestra, todavía consume jamón de Jabugo, chuletillas de lechal o gambas, y se viste con chaquetas de cuero como la que lucía gloriosamente Marlon Brando en la película Salvaje. Eso, unos salvajes.

El respeto a nuestro entorno solo tiene sentido como manifestación del respeto que nos tengamos a nosotros mismos

Estoy convencida de que intereses de todo tipo están detrás de la sin duda bien intencionada posición de partidos como el PACMA. Cuidar de nuestro entorno y no generar sufrimiento innecesario no es tanto, como ahora se pretende, un derecho de ese medio ambiente, sea este orgánico o inorgánico, como nuestra responsabilidad. Si fuese cierto que el tema gira en torno a los derechos de los animales, debería observarse la contradicción del planteamiento: ¿por qué no deberíamos tener la misma consideración con las plagas que exterminamos, en concreto con las que pueblan de piojos las cabezas de los niños cada primavera o en verano de señales nuestras piernas después del paso del mosquito tigre? Y luego, para acabar, deberían explicarnos también las razones por las que no concedemos el mismo estatus jurídico a una lechuga o a un rosal, siendo además este último individuo en el que por cierto tampoco tenemos miramientos en la eliminación del pulgón cuando lo ataca. 

En este mundo nuestro una misma persona se desvive para que una gallina ponga feliz sus huevos o incluso no se los come porque pertenecen al plumífero animal, al tiempo que defiende que el huevo fecundado que lleva dentro una mujer y al que llamamos feto pueda ser eliminado a voluntad. Es un mundo que ha visto cómo la vida humana es postergada a la animal. De ese modo hemos trastocado el orden de prioridades. 

Ah, y por si alguien deduce de todo mi alegato una desconsideración por la fauna y la flora, sólo diré unos nombres: Pissi, Turtle, Rabat, Rito, Punto y Raya. Son los animales que tienen nombre entre las muchas especies que pueblan el jardín de mi casa, con los que interactúo todos los días, y por quienes gastamos dinero en hospitales, veterinarios, medicinas y alimentación, sabiendo como sé que desgraciadamente el mundo está lleno de personas que viven mucho peor que ellos. Pero justo por eso tengo la certeza de que nadie puede amparar en su amor a los animales y el respeto por la naturaleza y sus ciclos una supuesta justificación de su estatus jurídico. La importancia de nuestro entorno no radica en sus derechos, un constructo mental humano inseparable de su condición. El respeto a nuestro entorno solo tiene sentido como manifestación del respeto que nos tengamos a nosotros mismos.