Durante el verano los programas basura no han descansado. La prensa “seria“ tenía a sus principales estrellas de vacaciones, pero en la tarea de exhibir detrito no han desertado ni los protagonistas, ni aquellos actores secundarios (¡perdón a los profesionales de la interpretación!) dispuestos a emular a los que se han ido temporalmente, sobre todo por el hecho de que es precisamente ahora cuando pueden exponer más carne y vísceras al sol real y al virtual foco. 

La televisión basura, con gritos, insultos y ademanes de falso escándalo por los pecados o yerros de los personajillos expuestos a la crítica, ha avanzado morosa sobre los días estivales a velocidad de crucero, con la cadencia de la gota que, a fuerza de caer, agujerea la más sólida de las rocas. Así de poco en poco pero sin que nada se detenga, la educación más férrea que una escuela o una familia hayan podido dar a una persona pueden quedar eclipsadas por el ejemplo poco edificante en un doble sentido: el sujeto menos educado y obsceno es quien más triunfa y por supuesto hacerlo así supone incrementar la ganancia de manera directamente proporcional a la desmesura.

Ahora que estamos a las puertas de un nuevo curso académico, la cuestión vuelve a ser de candente actualidad. Habrá hornadas de jóvenes que hayan hecho un esfuerzo mayor o menor por aprobar la selectividad, o el curso que les toque en la formación que hubiesen elegido. Habrá quien incluso haya terminado sus estudios. No todo el mundo merecerá ser aplaudido, pero sí cuantos a su talento hayan sido capaces de sumar esfuerzo. A todos ellos será muy difícil decirles que durante mucho tiempo, quizás para siempre, sus ingresos serán mucho menores que los de toda esa pléyade de individuos pornográficamente expuestos a la crítica soez y a la batalla en el barro. 

El sujeto menos educado y obsceno es quien más triunfa y por supuesto hacerlo así supone incrementar la ganancia de manera directamente proporcional a la desmesura

Sí, en una mala versión de la ideología liberal podría decirse que todo se reduce a la ley de la oferta y la demanda, pero aceptaremos que resulta pedagógicamente letal y un gran obstáculo para la calidad democrática de nuestra cultura política tener que lidiar con la voluntad de los grandes grupos de comunicación no ya de intoxicar, sino de reducir a la nada el criterio y, por tanto, la libertad de elegir, de los individuos que conforman el demos.