El título de este artículo es el lema identificativo de la revolución francesa. Se ha interpretado que con esa triple idea se daba entrada a la modernidad política en Occidente, en la medida en que introduce en la organización de la comunidad y del poder una fórmula que ya existía en algún otro lugar de Europa, pero que ahora va a identificarse, desde Francia y algunas décadas antes en el Reino Unido, con el llamado Estado de derecho, lo que significó que el control del poder (Estado) por norma jurídica (Derecho) se va a hacer con una determinada finalidad, garantizar que no se imponga sobre la ciudadanía como lo había hecho en el absolutismo inmediatamente anterior. En cierto modo es así, porque buena parte de los postulados de ese tipo de Estado fueron formulados por autores de la época para quienes la gran preocupación era construir el poder a partir de una división estructural que permitiera garantizar un cierto tipo de libertad, la que consistía en obligar al Estado a abstenerse de interferir en la vida de la gente excepto para garantizar el disfrute de su propiedad y la seguridad de su persona.

Sin embargo, cuando unos piden la libertad, y esos unos no son todos, aquellos a quienes no se les garantiza por el simple hecho de no haber conquistado ciertas cotas de bienestar económico, al observar a quienes sí la tienen, deciden luchar por ella. Y la justificación que se utiliza para finalmente reconocerla es que, con dinero o sin dinero, todas las personas son iguales y que por tanto todas ellas están llamadas a decidir el destino y la forma de la organización. Con este segundo postulado irrumpe en la formulación del estado de derecho el adjetivo “democrático “.

¿Pero cuál es la razón por la que personas con grados diversos de éxito social, habilidades o competencias, disposición a la virtud o la degradación, nivel de diligencia o de ambición, deben ser consideradas iguales, y más aún capaces todas ellas en la misma medida de decidir con criterio cuál debe ser la mejor solución para resolver los conflictos que la desigualdad o la disparidad de criterios sobre las eventuales soluciones pueden provocar? En el lema originario de la revolución francesa el tema quedaba resuelto con la palabra "fraternidad", es decir, afirmando que todos somos hermanos porque somos hijos del mismo Dios. Pero esa palabra ha desaparecido de los textos jurídicos.

El Estado de derecho, en su versión liberal originaria, podía mantenerse al margen del axioma antropológico (y religioso) de la fraternidad, pero cuando se hace democrático por exigencias de la propia evolución social, resulta imprescindible explicar la razón del dogma de la dignidad humana del que derivan correlatos hoy afirmados como irrenunciables y que se multiplican exponencialmente. Para intentar comprender, volvamos atrás: El sistema de la revolución francesa alumbra una clave más acorde con esa justificación, habida cuenta del gusto de la mayor parte de los filósofos de la época por una antigüedad clásica que vivía no solo de Grecia y Roma, sino también de los modelos cristianizantes que habían teñido las enseñanzas universitarias de ecumenismo y justicia social. Volviendo a ese origen es más fácil entender en qué consiste la libertad, la igualdad y la fraternidad, y por qué esta última ha sido sustituida por un concepto mucho más diplomático como es el de solidaridad.

Podemos ser libres e iguales a la vez en la medida en que entendemos que solo una verdad nos hace libres. La verdad escrita con mayúsculas de nuestra común filiación, la verdad consistente en saber que cada uno en su condición es a la vez elemento indispensable para los demás, que en la terminología de la dialéctica hegeliana, cualquier amo lo es en la medida en que existe un esclavo y que de ese modo cualquier siervo es a su vez señor, y que cualquier amo o señor, capaz o menos, cobarde o valiente, santo o pederasta, cumple un designio indispensable para el todo, es amado y esperado con todo ello, y por siempre tiene en cada día de su vida la posibilidad de renacer. Quizá por ello calendarizamos nuestro tiempo y ayer empezaba de nuevo el cómputo para los buenos propósitos, para el examen de conciencia, para la recomposición del espíritu.

Que el nuevo año nos sea propicio y hallemos el camino por el que llegar a hacer mejor la vida de quienes nos rodean, todos sin excepción igual de hermanos nuestros. Ojalá llegue el tiempo de la reconciliación, único modo de que nadie entienda la cesión como un perder algo, porque no es otra cosa que ganarlo todo.