Ayer TV3 emitió un Sense Ficció dedicado al Noi del Poble Sec, y esto que escribo quiere ser mi agradecimiento por el regalo que ese programa ha sido para mí, y mi felicitación por el modo equilibrado en que se aproximaron a la humanidad del que ha sido descrito como el último trovador catalán. Es la verdad, y es de justicia separar su obra de la simpatía que pueda generar el autor, a tenor de los tristes comentarios de boicot al programa que tuve oportunidad de leer en las redes sociales en los días previos.

Su voluntad de ser a la vez Joan y Manuel en homenaje a su sangre y cultura mezclada ya dice quién fue desde el inicio de un viaje artístico en el que lo menos importante es que prestase una canción a la socialista (y amiga suya) Carme Chacón en la que fue la más exitosa campaña electoral de ésta. No, ya sé que a nadie que no beba de esas siglas le debió de hacer mucha gracia el préstamo, a mí al menos no me la hizo, quizás sobre todo porque entonces estaba en política y pertenecía al partido referido en su amenaza “si tú no vas, ellos vuelven”. Quizás por ello de pronto sentí que un grupo ideológico me había arrebatado al Serrat que ha cantado a todo y ha sido de todos, e imagino que eso debe pasar a los que ahora quieren reprocharle que esa militancia socialista le haga crítico con el independentismo. Pero esos mismos deberían recordar los tiempos en que ser crítico con otro régimen lo expulsó de España y el modo en que revirtió la desgracia para convertirse en artista fetiche de los movimientos antidictatoriales latinoamericanos. Y deberían recordar también que nadie ha simbolizado como él el uso del pasado en sentido constructivo para hermanar las oleadas migratorias que en aluvión han hecho de Catalunya tan “bressol de tots els blaus” como el Mediterráneo que la baña.

En todo caso, con el paso del tiempo (el tiempo que también se llevó la memoria de la propia Carme) mi enfado por lo que había vivido como una apropiación indebida de Serrat desapareció. Me bastó con volver a escucharle después de dejar el veneno de la vida humana que es la política, esa política que no sabemos hacer de un modo mejor, que siempre nos acaba defraudando, como me defraudé yo entonces por no haber sabido hacerlo mejor. Y anoche lo recuperé del todo. Con los pliegues de sus párpados semiocultando ya una mirada que no ha cambiado a lo largo del alargado tiempo, quizás lo mejor de todo fue su descubrimiento del modo en que el recuerdo iba engrandeciendo la figura del padre, oculto tras la enérgica fuerza de la madre aragonesa, otra metáfora de lo que nos ocurre, otro modo de decir que no siempre el que gana una batalla acaba ganando la guerra, y que la guerra es la que libramos contra la memoria.

Deberían recordar los tiempos en que ser crítico con otro régimen lo expulsó de España y el modo en que revirtió la desgracia para convertirse en artista fetiche de los movimientos antidictatoriales latinoamericanos

Cada pedazo del barrio que describía era también de mi barrio, yo que nací y viví mis primeros años en la otra orilla del Paral·lel, en la confluencia entre las calles Tamarit y Entença. Su infancia me recordaba mi infancia, como cada estrofa de las canciones que de tanto en tanto se escuchaban eran la mejor versión de los aconteceres de toda una generación, como la mía, que quedó a caballo entre la transición y esto de ahora. No coincidimos allí más que un día en que yo estaba con no recuerdo bien qué gente en no recuerdo qué tasca de la calle que hoy es del Mercat de les Flors y él entró, saludando a quienes se encontraban en la barra, cerveza en ristre, con el gesto de quien encuentra a sus colegas de siempre (tal vez esos “amigos atorrantes que beben a morro y se pasan las consignas por el forro” a los que dedicó una canción). Yo no lo saludé (imposible superar la timidez), ni siquiera a pesar de saber que ya entonces cantar sus canciones había salvado mi vida social, me había hecho popular entre mis compañeras de clase, me había permitido introducirme en círculos artísticos e incluso hacer mis propias canciones y grabar un disco. Todo eso no impidió que al verlo entrar solo mirase de reojo el rincón en que se acomodó.

La siguiente y última vez que le he visto en persona fue hace unos meses en un restaurante que se aboca a Barcelona desde el Tibidabo, al final del tranvía Blau. A esas alturas y como soy algo más conocida que la primera vez, pudimos saludarnos, él ya había hecho su gira con Sabina, que no me acaba de convencer, pero le dije en persona lo que acabo de escribir: Joan Manuel, cantar (y sentir) tus canciones me salvó de lo que hoy llamarían “bullying” y que entonces no se entendía más que como ser impopular en un entorno escolar. Se disolvió el negro de una breve etapa de mi vida en las emociones que contagiaba a quienes escuchaban tus canciones en mi boca. Cualquier otra cosa es menor, aunque por un momento yo misma lo olvidase. Tal y como agradezco a TV3 su regalo, te digo a ti: Gràcies, noi!