Así ha sido la espera. Este artículo tenía que ver la luz al día siguiente del pleno en el que se han debatido las propuestas de resolución del independentismo sobre la investidura de los tres candidatos a la Generalitat fallidos. Por eso no podía escribir antes de saber qué se había decidido y de qué manera habían hablado los grupos no independentistas. La cuestión se ha resuelto como de costumbre. El gesto de Miquel Iceta alentando a buscar algún espacio para el diálogo es en sí interesante (ese fue, por cierto, el adjetivo que él utilizó para describir el discurso de investidura de Turull). Pero más allá de él, también es improbable (improbable por sus votantes de aquí e imposible por su anclaje allá en la estructura aún viva de un partido, el PSOE, rabiosamente contrario a cualquier cesión, aunque lo cierto es que la mayoría ya ha marchado a Cs), un partido cuya sombra le acompaña a cualquier lado, por su alianza federal.

El resultado ha sido el de siempre, incluso parecido al del día de la famosa declaración/no declaración de independencia, que solo ha creído a pies juntillas el juez Llarena, un convencimiento que le ha permitido instruir la causa, descubriendo que aunque en el último momento no se atrevieran a ir más allá de las palabras, antes de eso se había hecho una gran cantidad de trabajo infraestructural, tanto como para vestir jurídicamente las medidas cautelares que en estos días de furia tanta desazón están causando en unos como alegría en sus contrarios. Descubrimos a partir de entonces con cuánto calor se odiaban desde hacía tiempo esos dos bandos, y lo ocurrido en este pleno sin investidura pero con mucha palabra no hace más que recordarnos que nos encontramos varados en el mismo punto de la playa. Eso sí, con mucha más gente en la prisión o a punto de entrar.

Excepto quienes en los CDR pretendan incendiar trozos de calle o de carretera, la política parlamentaria ha sido hoy como algunos tuits de gente que habla tan como poco actúa, mientras sus críticos se dedican a la mofa (hablando desde el atril parlamentario con la misma trivialidad que en las redes sociales) sin aportar más solución que enviar a prisión a quienes representan a la mitad de Catalunya. Eso significa que para el resto la noticia es que no la hay. La noticia es la inútil, repetida y vacía teatralización de un desencuentro que va sumando días de coste anímico, social pero también económico del que tardaremos décadas en recuperarnos. No pueden ser los peleados los que nos saquen de este embrollo. Todos ellos, no solo los presos, a casa. Y mañana, otros ojos, otras palabras y sobre todo el espíritu constructivo que dirija la acción deberían tomar el relevo en el que la palabra respeto sustituyera la prepotencia, el desprecio y la absurda idea de que cuando las reglas no sirven un objetivo, éste puede saltarse aquellas. El único problema es encontrar tal relevo, que está esa profesión que dice no serlo enormemente desprestigiada.