El escándalo generado en Hollywood en torno a Harvey Weinstein y sus despreciables prácticas con las mujeres que pretendían significarse en la meca del cine ha tenido repercusiones más allá de él y también más allá de la índole de sus acciones. A día de hoy la última en hablar de acoso sexual, Natalie Portman, incluye en la categoría de maltrato el hecho de que sus observaciones como actriz al director de cine de turno no fueran tenidas en consideración como las de sus compañeros, lo que ella parece entender que se dio, no porque lo que objetara no viniera al caso, sino porque era mujer. A veces sucede, pero no sé si se puede calificar eso de acoso, a riesgo de decir que la vida es sólo eso.

Ni se me pasa por la cabeza hacer una taxonomía sociológica de aquellas actuaciones que de una manera u otra puedan esconder un desprecio a la mujer por el mero hecho de serlo. Recordaría en todo caso que siempre existe una posibilidad de discriminar a alguien por un prejuicio previo, y que si éste se puede deshacer es únicamente con la demostración práctica por parte de la víctima de que es infundado. En última instancia, prejuicio es también el modo en que consideramos los pareceres de otro por haberlo previamente clasificado en razón de su adscripción política, de su pertenencia a tal o cual colectivo… aunque también es verdad que en ocasiones parece esa discriminación más una actitud justa que un prejuicio, si quien la sufre parece llevar en la cabeza sólo un argumentario aprendido de memoria.

Escribo esto en nombre y para todas aquellas que sabiendo que con ello podían “arruinar su carrera”  no pasaron por el aro

De lo que quiero hablar, en cambio, es del modo en que se han encarnizado sobre las otrora totémicas figuras caídas en desgracia por haberse hecho público su vicio, la opinión pública a renglón seguido de una serie de mujeres que, en algunos casos cuarenta años después, parecen demostrar con su actitud que solo cuando otras lo han hecho han conseguido el coraje para la denuncia. Hablan ahora, tras las declaraciones de una primera, no mujerucas sin formación de vida anónima, sino actrices de renombre que incluso han llegado a decir que se trataba de un secreto a voces, que todo el mundo lo sabía, que incluso hubo quien tapó el escándalo cuando amenazaba con escapar de los círculos restringidos de ese mundo podrido.

Pues bien, me pregunto a cambio de qué callaron, y sobre todo, quiero aquí homenajear a las que callaron pero por una razón de mayor importancia, porque no cedieron. Escribo esto en nombre y para todas aquellas que sabiendo que con ello podían “arruinar su carrera” (dicho por una de las que sufrieron las vejaciones y no las denunciaron), no pasaron por el aro. Y esto vale para ellas igual que para todas las que en muchos otros ámbitos no estuvieron dispuestas a ceder. Porque lo de Hollywood ha traído luego lo del teatro en España y veremos como poco a poco en muchos otros sectores profesionales se descubre que ha habido mujeres que han llegado a triunfar por la concurrencia de alguno de estos factores: por su talento incontestable, por éste sumado a la claudicación o por esta última únicamente. En la conquista del triunfo, de la fama, de la cima, si alguna (o alguno) llegó sin claudicar, todas podían elegir. En el fondo todo el mundo, incluso los vejadores, acosadores, depredadores, sabe dónde está cada cual. Y por supuesto, lo sabe cada una de ellas.