Puede suceder que de nuevo los tribunales tengan en sus manos el futuro político de Catalunya y, con ello, tal vez, el de toda España. Si es verdad que la política se ha judicializado con el concurso de todos los actores en liza, también es verdad que la justicia se está politizando en la medida en que hacemos intervenir a los jueces en el tablero que habitualmente se abstenían de pisar y que, justamente, el hecho de ser preguntados, y lo quieran o no, determina las acciones o las imposibilidades de acción. Quizá podrá decidir, por ejemplo, si esta partida, la crisis de gobierno en Catalunya, la gana Junqueras o Puigdemont.

Yo he pensado siempre que la justicia tiene vida propia y que esa lectura interesada de sus actuaciones con la que suelen armar sus tesis conspiranoicas los correveidiles de los juzgados ha sido contradicha ya muchas veces: la justicia ha metido en prisión políticos de todo pelaje e ideología, ha soltado sentencias en medio de campañas que no favorecían al partido que supuestamente debería ser el suyo (¿cuál?, ¿de quién?). Ha planteado cuestiones prejudiciales y ha solicitado euroórdenes en las que el poder se ha tenido que sonrojar cuando le ha salido el tiro por la culata y comprobado que su imagen institucional quedaba algo maltrecha. Cui prodest? Nadie en concreto, aunque siempre alguien, pero sin más lógica, si acaso, que la que resulta de ejercer con soberbia, lo que por eso solo queda en una potestad, o con olfato jurídico y sentido común, lo que entonces y por ello se transforma en auctoritas.

Estamos en manos del Supremo; ya esto tiene poco remedio, pero también puede ocurrir que ese tipo de situación deje de darse, si la política decide dedicarse de nuevo a su función

Ahora, dependiendo de si Torra recurre la sentencia del TSJ de Catalunya que le inhabilita como president, el Tribunal Supremo puede confirmar esa inhabilitación y así hacer inútil su voluntad de convocar elecciones cuando quiera (que, por cierto, no sabemos cuándo es, porque el “tras la aprobación de los presupuestos” puede significar un día o un año). Tampoco sabemos si en el fondo Torra agradecería que ese mismo tribunal, en una de las interpretaciones posibles y ante preguntas que tampoco son inocentes, respondiese diciéndole que, como ya no es diputado, ha dejado por ello de ser president.

Es interesante, en todo caso, percibir hasta qué punto eso que llamamos el poder es siempre algo relativo. Nadie lo tiene del todo, no depende de la sola voluntad del sujeto individual lo que ocurra. Por más presidente que sea, por mayor número de cartas que acumule en su mano. Tampoco él. En el fondo parece claro que para Torra el tiempo político se acabó, pero dejará el país en una situación agónica y atenazado entre quienes dicen “lo volveremos a hacer” y los que quieren sumar pero no sumarán nada, porque su objetivo es la confrontación con aquellos otros en una pugna sin fin, desgastadora y que no lo dejan estar, precisamente porque, al comprobar la desolación que han provocado, creen que solo con la victoria podrán dotarla de sentido.

Pero, hagan lo que hagan, de nuevo y para este caso, coletazo de un tiempo de furia, estamos en manos del Supremo. Ya esto tiene poco remedio, pero también puede ocurrir que ese tipo de situación deje de darse, si la política decide dedicarse de nuevo a su función: a fomentar en vez de subsidiar, a generar oportunidades y libertad de elección, a repensar el modelo para que el progreso no devore la humanidad y para que el dinero y la pugna identitaria no sean del todo y para siempre nuestros ídolos, inservibles becerros especulativos, generadores de desesperanza y malestar. El cansancio ciudadano es mayúsculo, se aprecia en las menguantes manifestaciones de uno u otro signo. Nada de lo que hacen o dicen contenta más que al cúmulo de irredentos que cualquier credo siempre conserva. Falta la ilusión, la construcción y el amor. Falta la fe en que el futuro puede estar en nuestras manos. Falta un serio examen de conciencia y la voluntad firme de no volver a creer en el espejismo de que la victoria absoluta de una parte pueda ser otra cosa que la derrota irremediable de la totalidad.