Si hubiese esperanza para la política en un contexto en el que las nuevas tecnologías condicionan nuestro voto de manera inapelable, sin duda las elecciones del domingo serían las más importantes. Por una parte decidiremos quiénes han de ser los responsables de la gestión municipal, los más directamente en contacto con las personas interpeladas por nuestras quejas. Y por otra, contribuiremos a la determinación de quienes hayan de componer el Parlamento Europeo, siendo como es la Unión el ámbito en el que de forma creciente se determina la línea de actuación de la que luego será la legislación de los Estados, la de los entes subestatales y las normas que puedan dictar los grandes áreas metropolitanas, cada vez más asimiladas a micro-estados.

Pero no. Por un lado, los municipios están tan atomizados como para generar absurdas duplicaciones de servicios que en otros países ya han sido subsumidos en unidades municipales de mucho mayor tamaño y donde además la capacidad de los políticos para incidir en la vida municipal se ha hecho cada vez más pequeña, porque son los técnicos los que organizan y dirigen los contenidos de las políticas públicas. Aquí, para intentar emularlo, hemos dado todo el poder a los interventores, a modo de compliance del consistorio, lo que augura un futuro con pocas imputaciones a los políticos municipales.

Queda todavía mucho para que podamos hablar de una Europa de las ciudades, de una Europa de las regiones, de una Europa de los pueblos, de una Europa de la gente

Por otra, en Europa, el Parlamento sigue teniendo un ínfimo peso en la determinación o alcance de las directivas y reglamentos que emanan de la Comisión y el Consejo, verdaderos órganos de decisión. Así, aunque es verdad que la Unión está cambiando nuestras vidas, la gente sigue intuyendo, y con razón, que no lo es tanto por lo que pueda decidirse votando la representación parlamentaria, sino por decisiones que toman quienes los Estados ponen en otros órganos comunitarios a mayor gloria e interés de la formación política a la que pertenecen. Bien es verdad que ha habido personas concretas que han trascendido a sus partidos, pero son los menos y no siempre en pro del bien común.

Por todo ello, el número de concejales y diputados que sean escogidos el próximo domingo volverá a medirse, erróneamente o no, como la victoria o la derrota interna de los partidos políticos en liza en España. Y por supuesto, con una contienda añadida en Catalunya, que a España en su conjunto no es ajena. Se pelean las derechas, las izquierdas, los independentismos y los movimientos antisistema. Se pelean personas concretas, adscripciones y estrategias, en pocos casos, quizás sí en los menos visibles, hay algún debate de ideas. Saben los candidatos hasta qué punto hasta nuestro derecho más local, el civil, va ser transformado desde Europa. Seguro que ni idea.

Queda todavía mucho para que, eliminadas las instancias intermedias, podamos hablar de una Europa de las ciudades, de una Europa de las regiones, de una Europa de los pueblos, de una Europa de la gente. Es todavía una Europa de los Estados, y por lo tanto, una Europa de sus partidos. Paciencia también en este tema.