2018 promete alumbrar las primeras imágenes de un agujero negro, el gran misterio de la materia oscura, o cotas de inteligencia artificial que hagan probable el riesgo, que algunos han anunciado, de que pueda poner fin a la existencia humana en la Tierra. Aunque también se anuncian logros en la lucha contra el envejecimiento, o contra el cambio climático, nada parece más revolucionario que la posibilidad de emplear el gran descubrimiento del año pasado, CRISPR, para cortar, coser y reparar los defectos genéticos que acumulemos en mayor o menor medida.

Los logros en manipulación genética se relacionan casi de inmediato con la mejora de nuestras condiciones de vida. Como se hacía realidad en la magnífica Gattaca, esa capacidad para tocar los algoritmos que conforman nuestra identidad como seres humanos, nos aboca a un mundo en el que la imprevisibilidad de nuestro ADN, provocada por la falta de control sobre el mismo desde la gestación de un nuevo ser, sea considerado anatema, una irresponsabilidad de la que tal vez el estado del bienestar no pueda o no quiera hacerse cargo.

En ese mundo, con todo previsible, ¿qué seremos? Y ¿qué espacio quedará para la libertad? 

En ese mundo, con todo previsible, ¿qué seremos? Y ¿qué espacio quedará para la libertad? Ahora mismo estas preguntas pueden parecer ridículas, porque lo que unos padres querrán es evitar las enfermedades raras que aquejan a sus hijos, y otros, ciertas malformaciones que puedan afectar al que haya de llegar. Pero cuando hayamos acabado ese cuadro de determinismo en el que nuestros padres deciden si llegamos al mundo, en el que decidimos nosotros cuándo y cómo nos vamos y cuando de algún modo entre todos seamos también capaces de decidir qué somos durante el tiempo que transcurra entre ambos momentos, ¿podremos decir que hemos acabado con el misterio?

Porque con todo eso resuelto, en ninguna predicción para este u otro año se dice cómo se logra la felicidad buscada desde siempre, y siempre huidiza, quizás aún más cuanto más cerca estamos de controlarlo todo. O de creer que todo lo controlamos. Usemos CRISPR con acierto para que no se convierta en un pecado de soberbia.