Vuelven los dosieres. Alfonso Guerra y sus dosieres en versión 3.0. O no, en el fondo, la versión sigue siendo la de siempre: fotos comprometidas, amistades poco convenientes o pecadillos del pasado, nadie pasa la prueba del algodón. Sea porque hizo unas obras en casa y no pagó el IVA, sea porque aquella beca de investigación en realidad fue utilizada para sacarse una oposición, sea porque una inspección fiscal hizo un roto en su credibilidad como honrado contribuyente o porque sus aficiones no son ortodoxas o contradicen la imagen pública del sujeto en cuestión, en cualquier individuo puede haber una mácula susceptible de rendir beneficio a quien la conozca.

Que yo recuerde, solo el periodista Pedro J. Ramírez fue capaz de afrontar la escandalosa divulgación de sus intimidades, grabadas, dicho sea de paso, por personas vinculadas al partido político que ahora pretende salvarnos de los corruptos, y no nos engañemos, tal vez porque a la faceta más comercial del sujeto en cuestión le convenía que esas cosas se supieran.

En todo caso, en general, la gente que se dedica a la política no quiere o tiende a querer evitar que esas cosas se sepan, de modo que solo los imbéciles pueden creer que, teniendo algún flanco abierto en su pasado, han llegado muy arriba para cosa distinta que hacer lo que se les manda, máxime cuando ven que quienes mandan se niegan a entrar en política. Solo los imbéciles obvian que en política solo permanecen quienes obedientemente cumplen el papel encomendado. ¿Será esa la razón por la que ya podemos ser atendidos por el registrador Rajoy en Santa Pola?

Y así llegamos al nivel de mediocridad política actual, dominado por personajes de segunda que no tienen nada que ocultar o cuyo currículum vitae no les permitiría saltar de la política a un registro de la propiedad. También hay otro tipo de personas, sin duda, pero por lo general en partidos que nunca serán de gobierno, o cuya posición en ellos es muy endeble, periférica o incluso esperpéntica, de modo que serán bien tratados por sus adversarios porque critican el partido político en el que se amparan, pero en el que nunca llegarán a tener la menor posibilidad de gestionarlo.

En cualquier individuo puede haber una mácula susceptible de rendir beneficio a quien la conozca

Los dosieres han vuelto a aparecer. De hecho, nunca se marcharon; los hacen los Estados, los hacen los partidos y los hacen aquellos que en la sombra deciden qué títere poner en el guiñol en cada momento concreto. Así que, fabricadas o cazadas al vuelo, las situaciones que la persona protagonista de un dosier no quiere que vean la luz son una de las claves del poder real. Mientras se mueva en el límite de la conveniencia, ni siquiera los adversarios lanzarán a la papelera unas fotografías o fotocopias de documentos, para que la mano inocente de un “periodista de investigación” las ponga en titulares en el momento adecuado, a veces para descuartizar al mencionado, a veces sencillamente para distraer la atención del perro que mirando el dedo perdió para siempre la posibilidad de conquistar la luna.

A esa triste condición de la democracia podríamos añadir lo ridículo del manido recurso de los partidos políticos a una democracia interna nunca contrastada y el hecho incontestable de que sus integrantes son cuatro gatos que, unidos en una asociación privada y con el pie apoyado en un solo artículo de la Constitución, pasan a ser lo público por el birlibirloque de instalarse en mecanismos del Estado, con tanto más poder como menos se les vea cortar cintas.

Pero eso sería lo de menos, al fin y al cabo, alguien se tiene que dedicar a la cada vez más ingrata tarea de aparentar el poder. Otros muchos elementos deforman una democracia que siempre fue inasible hasta hacer imposible reconocerse en ella: los perfiles que proporciona el big data a quienes puedan pagarlos para saber qué decir sobre un tema u otro, cambiando de criterio en razón de cómo sople el viento; la avalancha de fake news que originadas en países rayanos en la esclavitud bombardean nuestra escasa cultura hasta el punto de que son tenidas como verdades incluso por los rotativos que dicen ser sólidos; la esclavitud de la opinión pública a las redes sociales y los canales privados de opinión, que darían la victoria al partido político que públicamente apoyara, por ejemplo, el Rubius. En ese contexto, ¿cómo no decir que el dosier que esté detrás de la renuncia de Núñez Feijóo a luchar por el liderazgo del PP es un método del pasado? Sea verdad que existe tal dosier o que la especulación sobre el mismo sea una nueva manipulación interesada para ocultar su voluntad de esperar a tiempos mejores para el PP, el demos del poder no es, y cada vez lo será menos, el pueblo.