Sobre las relaciones entre el crimen organizado y los servicios de inteligencia de los estados se han realizado multitud de películas. “Basadas en hechos reales” o no, la colaboración entre la industria cinematográfica y el Estado es poderosísima en países como EE.UU., y las películas han tenido todo tipo de finalidades: explicar, criticar, justificar o condenar esas relaciones. Si el imperio hace eso, el resto de los países no puede ser menos. España, tampoco. A partir de esta incontestable obviedad, queda por resolver todo lo demás, aventurándose en el asunto de la masacre de la Rambla y Cambrils un grado tal de inexperiencia que podría dar risa, si no fuese porque es para llorar.

Si la incapacidad para mantener en el anonimato las estrategias de los servicios de inteligencia españoles produce miedo, ahora se suma a la sospecha que va calando entre el independentismo (seguramente aumentada por el deseo de que se confirme) según la cual la conspiración es factible, y en ella no es que el infiltrado y confidente Abdelbaki es Satty no evitase el atentado porque luego se pasara al otro lado, sino que se habría infiltrado justamente para provocarlo, pretendiendo con ello desestabilizar la política catalana, colocando así el foco mediático en otro lugar, un foco que además podía tener la virtualidad de generar una unión de fuerzas frente a un enemigo común.

Como ya sabemos que nada aparece por casualidad y al simple compás de lo que se va descubriendo, creo que deberíamos investigar el dedo y la luna a un tiempo.

La pregunta es si cabe pensar tal ignominia del Estado. Creo que cabe pensar acciones poco edificantes de cualquier estado: Alemania, Inglaterra, Italia, Francia, Suecia y, por supuesto, EE.UU. son estados del llamado “mundo civilizado”, pero eso no ha impedido que en todos ellos se hayan producido magnicidios que nunca fueron del todo aclarados. Algunos de esos países han vestido el santo con investigaciones parlamentarias que luego no han trascendido, asemejándose así en el resultado a esos otros que, como el nuestro, ni siquiera han hecho el gesto para justificarse. 

Aunque pueda parecer un perro que en vez de mirar la luna mira el dedo, y quizás porque creo que en este caso lo que hay que mirar es justamente el dedo, me pregunto ahora, como en tantas otras ocasiones, por qué en este momento y cómo es posible que, sin medios de ningún tipo, un pequeño diario puede hacer el periodismo de investigación que ya están imposibilitados de pagar los más grandes. Ya sé que en estos últimos los intereses y mutuas dependencias son mucho mayores, pero ¿qué gran rotativo no querría tener en su portada una información de este calibre sin tener que esperar a leerla en uno de tercer o cuarto nivel? Porque, ¿de dónde viene la información? Y ¿por qué sale ahora? 

Como ya sabemos que nada aparece por casualidad y al simple compás de lo que se va descubriendo, creo que deberíamos investigar el dedo y la luna a un tiempo. Para que las estructuras estatales no ahoguen nuestra libertad y para que desde aquellas (o desde las bambalinas económicas que sufragan los medios) no nos convenzan de que somos libres por el mero hecho de que el collar sea transparente.