Durante este mes de agosto hemos asistido a la aproximación estratégica de diversos partidos de ámbito catalán con una voluntad compartida: confluir en un espacio que, alejado de la política de barricada y aparcando la idea que tanto malestar ha provocado en Cataluña en los últimos años, alumbre una nueva formación para participar en las elecciones, con una inicial y urgente prioridad, el Ayuntamiento de Barcelona y un objetivo mediato tan importante como ese: condicionar la orientación de la cámara parlamentaria catalana y, en consecuencia, del Govern de la Generalitat y, en última instancia, llegar a integrarlo. La finalidad es obvia y perentoria: dar una alternativa socioliberal en lo ideológico y moderada en el talante a la sectaria tendencia de izquierdas instalada en los gobiernos municipal y autonómico y que es directamente responsable de la parálisis y decadencia del país.

Siendo encomiable el objetivo, las dificultades son enormes: entre los partidos llamados a la confluencia hay dudas sobre el lugar que haya podido llegar a ocupar en la razón y el corazón de sus eventuales votantes el sueño de la independencia o, por el contrario, el rechazo hacia cualquier cosa que se acerque a ese deseo. Por esa razón es esencial que dejen de hablar de ese tema, ya que dentro de Lliures, el PNC o la Lliga se integran personas que al respecto tienen opiniones o tendencias bastante distintas, sin que una u otra opción permita en el presente algo más que entorpecer el análisis de los problemas cotidianos y la búsqueda de eventuales soluciones. Quizás sea ésa la razón por la que Convergents mantiene una posición ambivalente (el catalanismo se le antojaría una vuelta atrás demasiado pronunciada para una mayoría necesaria) y por la que la inicial predisposición del PdCat a relacionarse con este grupo de partidos encuentre obstáculos incluso entre sus integrantes, no solo por la distinta posición de cada cual a favor o en contra de aparcar el tema que ha condicionado elección tras elección, sino también por el hecho de que en el territorio existen al respecto posiciones muy dispares que en algunos casos les acercan más a Junts que al centro amplio y moderado en construcción.

La pregunta, pues, no es si ese centro liberal existe como propuesta política, incluso aunque cueste construirlo, sino si la gente en Cataluña está esperándolo, o si podrá reconocerlo, o si estará dispuesto a votarlo

Pero en el fondo, y más allá de que puedan ser esos los partidos llamados a la misión y de que todos ellos tengan clara la conveniencia y la urgencia, la cuestión es otra: ¿existe el espacio en la actualidad o se trata de una actitud voluntarista por parte de ideólogos de las diversas formaciones, fruto de una reflexión intelectual? Hemos asistido estos días a la argumentación del presidente Biden en relación con la marcha de las tropas norteamericanas de sus posiciones en Afganistán: es la población afgana la más necesitada de protección y la menos interesada en obtenerla, dejando al margen el ínfimo porcentaje de personas vinculadas con las instituciones europeas que, trabajando para estas, necesitan ahora abandonar su país. Pero el resto, a parecer de Biden, no ha opuesto resistencia al avance talibán. Salvando todas las distancias, ¿está Catalunya esperando ese centro (por su talante moderado) que habla de incentivo y no de subvención, que habla de autogobierno leal en el marco de una España que también lo sea y no de unilateralismo más o menos cercano, que habla de iniciativa empresarial y no de hostilidades a lo privado, que habla de justicia social solo cuando es necesario y que entiende la libertad de los individuos como la base fundamental del progreso? La pregunta, pues, no es si ese centro liberal existe como propuesta política, incluso aunque cueste construirlo, sino si la gente en Cataluña está esperándolo, o si podrá reconocerlo, o si estará dispuesto a votarlo. Esa es la cuestión, aunque solo podrá resolverse cuando la oferta electoral exista, por lo que hacer que exista deviene a su vez, desde esta óptica, imprescindible.