Es difícil hablar desde una cierta comodidad a quien quiera que lea esto y padezca. Padezca por la soledad, padezca por la estrechez, padezca por la incertidumbre o, sencillamente, por la hipocondría que le acompaña desde que nació. Pero precisamente por eso quería compartir este tiempo que me da El Nacional de colarme en sus vidas con la voluntad de infundir esperanza en quienes menos la tengan.

Estamos en una situación que para la parte más castigada por la pandemia, la gente mayor, debe sonar a conocida. Ese no poder salir, o las colas interminables ante un establecimiento alimentario, esa prohibición de reunirse en la calle o en casa, ya ni digamos de hacer una manifestación, esa sensación constante de excepcionalidad, porque eso caracteriza un estado de alarma, todo eso les debe sonar a conocido. Y ahora de nuevo, pillando a esa generación mucho más vieja, se cierne sobre ella sin misericordia, recordándonos que o Dios escribe a veces con renglones muy torcidos o somos el resultado de un azar con el que unos ganan y otros pierden sin justificación comprensible.

La humanidad ha salido adelante en situaciones mucho peores. Probablemente en otros casos éramos más fuertes, pero la calamidad está siempre hecha a medida de lo que podemos soportar

Me pregunto cómo hacer llegar un mensaje de esperanza a quienes sufren concretas situaciones de angustia: la madre que no sabe si mañana podrá seguir llevando a la mesa algo nutritivo para sus hijos; la criatura que crecerá con las mismas carencias alimentarias que vivieron mis padres y que tan rápido se los llevó por delante; las enfermeras que tienen que decidir a quién entuban en razón de su esperanza de vida; o la persona anciana que, a la vista de tal circunstancia, no pueda dejar de tener la sensación de ser un estorbo; los pequeños empresarios que tendrán que optar entre pagar la hipoteca o pagar los sueldos de trabajadores que, sin aquella hipoteca pagada, al acabar todo esto quizás no podrán volver a ninguna parte.

Ilusiones frustradas, sensación de abandono, voluntad de suicidio... Para quienes se encuentren en esas situaciones, a las rodeadas de sus peores enemigos, a quienes creen que mañana será aun peor que hoy, quiero decirles que estamos aquí, que les pensamos, que sabemos que sin ellos, sin todos, el cuento este no tiene gracia, que la calle vacía está más limpia, pero le falta el alma, que aun no les conozcamos les necesitamos, les queremos, les acompañamos.

La humanidad ha salido adelante en situaciones mucho peores. Probablemente en otros casos éramos más fuertes, pero la calamidad está siempre hecha a medida de lo que podemos soportar. Así que lo soportaremos, qué remedio nos queda. Recuerdo estos días el maravilloso libro Biografía del silencio de Pablo d’Ors, que permite imaginar un espacio en el que, habiendo nada, se puede conquistar todo. Vamos a por ello, vamos a ganar.