Dice el magistrado Juan Antonio Xiol que la mayoría se equivoca. Y sin duda está la historia trufada de momentos en que, visto en perspectiva, el camino elegido por la humanidad, o por algunos de sus actores principales con la connivencia del resto, no parece que haya sido el más adecuado. Sin embargo, nada sucede porque sí, y si el drama de la libertad es la necesidad del mal para poder optar entre el vicio y la virtud, cualesquiera sombras son a la vez contrapunto de las luces. Así en la caída al infierno está implícita la potencia del renacimiento. Pero, ¿acierta Xiol cuando aplica esta máxima en un punto concreto? Analicémoslo.

Xiol dice que el Tribunal Constitucional, de cuyo pleno ha formado parte en el análisis del primer decreto de estado de alarma que fue dictado por el Gobierno, se equivoca. Afirma Xiol que la mayoría que optó por entenderlo inconstitucional ha olvidado, porque antes lo supo, que una Constitución como la de 1978, que fue realizada en un contexto singular (aunque sin duda todos lo son en la medida en que propician el alumbramiento de este tipo de norma), no puede aplicarse sin más sobre una realidad pandémica, imprevisible entonces e inasible incluso ahora. De ese modo, viene a afirmar que el alto tribunal tiene la misión de, para evitar que su vigencia se agote, adaptar el texto constitucional a la contingencia. Asumiría así una cierta competencia legislativa en esa tarea de intérprete extenso de la ley, pues dice que “además de interpretar la Constitución, debe adaptarla a la necesidad del momento”.

Para conseguir que el texto siga vivo, cuando las palabras ya no dan más de sí, solo queda la reforma, porque de otro modo lo que se construye sobre la contingencia es más contingencia

Tiene también razón el magistrado cuando afirma que, justo por esa posición de frontera entre la realidad jurídica y la política, la función del garante de la Constitución consiste en mantenerla viva. La pregunta es a qué precio. A juicio de Xiol, el debate que se ha producido en el seno del Tribunal ha enfrentado a esencialistas y constructivistas, siendo los primeros sobre todo protectores de la letra de la ley, mientras que los segundos, entre los que se cuenta, tendrían una posición más progresista, que avanza sobre la realidad acompañándose del texto constitucional, después de haberlo dotado, por supuesto, del significado contingente que más se adecúa a los nuevos tiempos, o mejor dicho, a su concepción de los nuevos tiempos. Coincide Xiol en ese sentido con lo que ha insinuado estos días la exmagistrada Elisa Pérez Vera, cuando ha dicho que no se siguió el trámite en el enjuiciamiento de la ley del aborto porque la mayoría conservadora del tribunal habría tumbado la ley. Con esa frase no solo admite que, por un bando y por otro, la politización del Tribunal es un hecho, sino algo mucho más grave: que en el enfrentamiento los buenos son los progres y que lo que piensen los conservadores es mejor que solo se quede en idea.

¿Buenos y malos intérpretes de la Constitución? Hasta ahí ha llegado la guerra entre bandos, si es que no existió siempre en su seno, como en algún momento reconoció el malogrado Francisco Tomás y Valiente. ¿Buenos y malos intérpretes según quieran interpretar al modo en que más convenga para su eventual supervivencia o se atengan a lo que el texto jurídico establece? ¿Quién ha dicho que la bondad estribe en la contingencia de los significados? Una Constitución con cláusulas de intangibilidad no permitiría, en aquello intangible, una tan burda categorización.

La pregunta subsiguiente es, por tanto, si puede la adaptación de un texto legal a los nuevos tiempos forzar el significado de sus palabras hasta el punto en que pierdan todo su sentido. Yo me cuento entre quienes creen que no, que para conseguir que el texto siga vivo, cuando las palabras ya no dan más de sí, solo queda la reforma, porque de otro modo lo que se construye sobre la contingencia es más contingencia, el antípoda de la seguridad jurídica. Y aunque la reforma constitucional es difícil, más aún cuando entre los propios magistrados vigilantes de la Constitución ha calado una idea maniquea de su organización, en el caso de la española es posible, porque nada en ella es intocable excepto su propia existencia como símbolo de un proyecto común. Para esto último, también posible como realidad política, solo cabe hacer una nueva Constitución. Sin duda, la mayor contingencia imaginable, porque se nutre de la revolución.