Seamos sinceros. Nuestra biografía no resiste el paso del tiempo. Si Jorge Verstrynge llegó desde Alianza Popular hasta los entornos de Podemos, si Josep Piqué pasó de Bandera Roja al PP, y si mi compañero de curso Alonso-Cuevillas, Mascarell y Maragall son hoy independentistas, cualquier cosa puede suceder en la evolución de las ideas de todo hijo de vecino. Aceptaremos, si somos sinceros, que buena parte de nuestra trayectoria ideológica corre pareja con nuestras vivencias personales, con nuestras amistades o amores, y en ocasiones también con intereses menos épicos. Por supuesto, la mandrágora con la que alimentamos la conciencia lo viste todo a modo de coherencia, y en razón de nuestro grado de cinismo lo haremos de manera más o menos disimulada. Por supuesto, el vendido es siempre el otro y el propio caso, una meditada evolución personal.

Particularmente el vuelco de mi pensamiento arranca de la maternidad. Con la llegada al mundo de mi hijo Guillem (siempre digo que son los hijos los que eligen a sus padres) yo adquirí otro tipo de conciencia: de la izquierda atea gravité hacia la derecha creyente. Tengo poco más que explicar, excepto por el hecho de que sospecho que la abundante concurrencia de este tipo de circunstancia en las madres es la razón por la que la izquierda durante la Segunda República se resistía a reconocer el derecho al voto de las mujeres, en el fondo, un sexo transversalmente mucho más conservador que el masculino.

Es tan difícil callar en este tiempo de ruido como analizar las ideas, valores o principios al margen de las vísceras, los miedos o los premios

El tiempo, por tanto y resignémonos, no mantiene en pie casi ningún titular. De los míos, solo resiste incólume, incluso diría que ganando puntos día a día, el de la “charca ponzoñosa”. Hace poco alguien que no me conoce dijo saber de mí solo por aquella desafortunada manera que en una ocasión tuve de referirme a una ministra andaluza no demasiado diestra en la comunicación. Con ello se comprobó que yo tampoco lo era mucho, por cierto. A partir de aquella, se produjo el hundimiento de mi blog, saturado por la avalancha de insultos; y de resultas, también el de mi web (¡dominio que hoy tiene no sé qué graciosa bloguera morena y lozana a quien no tengo el gusto de conocer y que no se llama como yo!). Finalmente, y como colofón de mi imposibilidad de acceder a los previos, todo ello supuso la pérdida del control de una página de Facebook que nadie ha sabido/podido ayudarme a recuperar (y que, señor Zuckeberg, me encantaría poder cerrar). Eso sí, vi llenarse mi biblioteca de libros y autores andaluces enviados por gente que así quería demostrarme lo bien que escribían Zambrano, García Lorca o Alberti… ¡en castellano!

El tiempo vivido en esta época en que todo se registra para la posteridad permite fácilmente la crítica, sencillamente eligiendo de él aquellos momentos en que erramos en el modo de explicarnos, o incluso en la idea que defendemos. Como dijo Aquel, debería atreverse a tirar piedras solo quien tuviera un pasado incólume (hasta de sacarse los mocos en el patio del parvulario). Pero las condiciones razonablemente exigidas a los lapidadores no se cumplen casi nunca, y si alguien apela a esa mínima coherencia del lapidador, se le responde que ya está bien del “y tú más”.

Tal vez el silencio es la mayor elegancia, pero es tan difícil callar en este tiempo de ruido como analizar las ideas, valores o principios al margen de las vísceras, los miedos o los premios. Servir a un señor distinto de la propia conciencia tiene ese problema, y solo cada cual conoce, si es que le alcanza tal virtud, en qué estado de paz se encuentra su espíritu.  Bien cierto es que en política suele ser mejor que hablen mal de alguien al castigo letal de la indiferencia, pero como se ha convertido el improperio en la antesala del insulto y este a su vez en el horno donde calentar el ambiente hasta lanzar la piedra que hiere, quizá deberíamos medir la oportunidad y el modo en que lanzamos nuestros dardos, no fuera que al final acabaran clavándose en las espaldas que nos resultan más queridas.