Ha habido diversidad de opiniones respecto de la conveniencia de la “fórmula Ayuso" para enfrentar la pandemia en los primeros tiempos, cuando prácticamente nadie estaba vacunado. De hecho, sus cadáveres fueron más que los del resto, al menos, los atribuibles directamente al virus. Pero pasados casi dos años, con una importante parte de la población vacunada, con múltiples comunidades exigiendo el pasaporte para la entrada en ciertos lugares concurridos o con riesgo de contagio, y un virus a la baja en letalidad, su fórmula (que dice que no piensa cambiar) tal vez ha comenzado a tener sentido.

La fórmula consiste en apelar al autocuidado responsable en lugar de la persecución sistemática de cualquier incumplimiento, grande o pequeño, de unas consignas que se han revelado tan volubles como contradictorias. La fórmula consiste en la consideración reflexiva de cuándo no es necesario ir al centro sanitario (no síntomas o síntomas leves) y cuándo se puede acabar con la cuarentena de los contactos estrechos. A este último respecto a ella, como a Biden (no Trump, sino Biden), le parece más razonable reducir su duración para evitar el colapso de todos los sistemas por ausencia de personas que desempeñen funciones más o menos esenciales para la comunidad. De hecho, en cuanto la Generalitat tomó en Catalunya la decisión de aislar los contactos estrechos de un positivo durante 10 días en casa sin que los antígenos digan que se ha contagiado, surgió la duda sobre los efectos colaterales de una medida rayana en surrealista, habida cuenta de la contagiosidad de la variante ómicron.

No se ha apelado en ningún momento al sentido común de la gente. Ha habido grandes errores no reconocidos, opacidad para evitar reconocer la mala gestión y falta de humildad científica en el reconocimiento de que lo que ayer era dogma hoy es una ridiculez 

Es más que evidente el cuadro resultante en la mayor parte de las medidas tomadas por los gobernantes sobre una población, como la nuestra, obediente hasta decir basta; no se ha apelado en ningún momento al sentido común de la gente. Ha habido grandes errores no reconocidos, opacidad para evitar reconocer la mala gestión, falta de humildad científica en el reconocimiento de que lo que ayer era dogma hoy es una ridiculez y que las cifras, porcentajes y fórmulas que en un momento pretendían asegurar el éxito y la victoria, a la fecha se han convertido en mínimos insuficientes que nos obligan a mantener la alerta.

Una alerta sobre todo personal. Por puro egoísmo, por cariño a nuestros seres queridos más vulnerables o por una abstracta solidaridad con el prójimo. Una alerta que convendría exenta de soberbia, al menos de la de creer que somos inmortales o agentes decisivos en relación con el momento en que nos vamos de este barrio. El virus muta para no matar, lo que además posibilita otra reflexión: la de ese Estado al que estamos dispuestos a cederle casi todo el fruto de nuestro trabajo para que nos asegure una buena vida, aunque eso signifique que éste tome medidas que estrangulan la economía, nos suman en la melancolía y perpetúan nuestro miedo, el mejor cemento para cegar la libertad.

Creo que ya está bien. Estamos ya en el tiempo, si no lo estuvimos antes, en que Ayuso empieza a tener razón. Valdría la pena reflexionar ahora que empezamos año.