La democracia no consiste solo en votar y, con el paso del tiempo y los avances de la manipulación de las voluntades por la agregación digital de datos segmentada en perfiles, cada vez se verá más reducido el significado de este arcaico ritual de ir a una urna a depositar una papeleta. No es el voto la expresión de una decisión libre, porque el dinero (legal o no) decide la dimensión de las campañas de cada partido, porque quienes ya están en la rueda lo tienen más fácil; porque los líderes de las formaciones políticas acaban siendo los más resilientes a las puñaladas de sus compañeros y eso no necesariamente implica calidad humana ni capacidad de gobernar. Porque se vota lo que se puede ver y eso no es ni todo ni lo mejor.

La democracia no consiste solo en votar, pero quienes no acuden a las urnas tienen poco derecho a quejarse de cuál sea el resultado, aunque su abstención sea consciente y militante y no un mero ejercicio de indolencia. En algunos países, y desde esa perspectiva, el voto es obligatorio. En otros tantos no poder acreditar haber votado impide el acceso a la función pública, supongo que para evitar contradicciones como la que vimos el otro día en la entrega de los Premios Princesa de Girona, donde uno de los galardonados, lazo amarillo en la solapa, recibió de buen grado su premio de manos de la Corona, símbolo, según los del lazo, de la represión política en un país a la turca.

Le pese a quien le pese, tenemos los gobernantes que nos merecemos, gracias a nuestra cobardía, ignorancia y trivialización del gesto en esta época oscura

La democracia no consiste solo en votar, pero en la actualidad y más allá de manifestaciones desbordadas, en ocasiones meras expresiones colectivas de odio, es poca otra cosa la que compete al ciudadano concreto. Y en ese contexto, sabiendo que con eso se acaba determinando la composición de la asamblea que tendrá que votar al gobierno, no queda más remedio que poner en duda la decisión individual por tal o cual partido cuando se hace desde la desinformación, desde la nula cultura política, desde el analfabetismo funcional que en materia de instituciones y convivencia ha sido tejido en torno a una educación que con dificultad puede convertirse en cultivo del criterio.

La democracia no consiste solo en votar, pero también es eso, y los factores que pueden construir la decisión son los inmediatos. Nuestro sorprendente y reiterado ejercicio de amnesia en relación con los errores cometidos por la que fue nuestra opción en el pasado, se nutre no solo con eso, sino también con la incapacidad para la seducción de las demás propuestas, de hecho, de todas ellas. Cuentan con la ayuda de encorsetados debates televisivos, que solo ponen de manifiesto la habilidad de los candidatos para llevar su histrionismo y eslóganes encapsulados hasta el límite de lo aceptable por los fieles y decisivo para los dubitativos. Inquietante el hecho de que casi una décima parte del electorado pueda decidirse en razón de una más o menos acertada función teatral.

La democracia es un esquema de funcionamiento político cuyo principio fundamental es el pluralismo, pero trivializando, en palabras de Bukovski, sobre su alcance en el contexto de un aparato estatal gigantesco cuya dinámica sigue con independencia de sus eventuales titulares, aplastando cualquier veleidad de cuestionamiento del statu quo, “la diferencia entre una dictadura y una democracia es sencillamente que en la segunda te preguntan antes de, como en la primera, hacer el poder lo que le viene en gana”. Más bien diría yo que hace el Estado lo que toca, pero como aproximación banal quizás esa observación nos pueda consolar sobre la trascendencia relativa de nuestro voto, teniendo en cuenta que sí, le pese a quien le pese, tenemos los gobernantes que nos merecemos, gracias a nuestra cobardía, ignorancia y trivialización del gesto en esta época oscura.