En la primavera del año 2007, algunas de las personas que entonces nos encontrábamos en la órbita del PP, y a la vista de la manera en que se estaba enquistando en la política catalana el tema de la reforma del Estatut, consideramos necesario crear una Alternativa de Govern para Catalunya. La idea y el movimiento acabaron convertidos en un partido político que, con el mismo nombre y después de que yo abandonara mi escaño en el Parlament, se presentó a las elecciones autonómicas del 2010, obteniendo poco más de 2.000 votos; como recordaba algún enemigo mediático haciendo flaco favor a su aguda inteligencia, menos que Carmen de Mairena y su propuesta de “follódromo”. Además de las carencias de quienes lo integrábamos, y de que nuestras propuestas eran menos divertidas que la de Mairena, creo que también es de justicia decir que llegamos demasiado pronto y que lo hicimos sin apoyo económico (no fuimos capaces de convencer a los eventuales mecenas de que valía la pena intentar evitar reacciones como la que a más de uno ha obligado a mandar sus sedes allende el Ebro). En el horizonte solo comenzaba a vislumbrarse el clima de barricada en que ha acabado convertida la política catalana y por, contaminación necesaria, la española, pues en aquella legislatura Ciudadanos estuvo en riesgo de desaparecer después de su matrimonio fallido con aquel oscuro y extraño partido ultra conservador llamado Libertas. Hoy, en cambio, son el partido más votado en las elecciones catalanas convocadas 155 mediante, convirtiéndose, como recordaba un periódico hace pocos días, en el voto refugio de dos colectivos: por una parte de quienes, por vasos comunicantes desde PP y PSC, creen que son quienes mejor defienden España como proyecto; de otra, para desconcertados votantes de la antigua CiU que no se han integrado ni en el Units per Avançar diluido en el PSC, ni en la mutante formación que hoy no sabe qué relación tiene con JuntsxCat, sencillamente catalanistas que siguen creyendo que la unión fortalece.

Alternativa de Govern era un proyecto de regeneración que por eso huía de una radicalidad que solo sirve para enconar los extremos, y de hecho, la historia reciente nos ha dado la razón: a golpe de 155 (golpe, por cierto, que es más imagen que realidad fáctica, a la vista de lo que desde los medios de comunicación se puede seguir diciendo) no se convencerá un solo independentista de que deje de serlo, y si en estas elecciones ha salido a votar hasta quien nunca lo hizo, difícilmente con índices de participación menos extraordinarios existirá una posibilidad real de crecimiento para Cs en Catalunya. Bien cierto es que frente a la pelea táctica y estratégica de los partidos independentistas, la que libran soterradamente PP y Cs, e incluso Cs y PSC, parece un juego de niños, pero las peleas dentro de cada bando no niegan que los bandos existan y que mientras los bandos deban decidir a dónde va este trozo de España, no habrá reconciliación, no solo entre la parte y el todo, sino, y es la más grave, entre catalanes.

Ninguno de los agujeros negros que harán colapsar el sistema en su conjunto a no tardar se afrontan en los programas electorales de manera seria

Algunos partidos políticos quedan un poco o muy fuera de esta guerra de bandos, pero están todos en la izquierda ideológica. Alternativa de Govern, en un programa quizá demasiado complejo para la comunicación, proponía una nueva forma de hacer política desde el sentido común ideológico (el pensamiento liberal conservador) y desde la honestidad de la acción en un momento en que la descomposición de CiU se empezaba a intuir. “Charca ponzoñosa” fue el calificativo con el que describimos entonces el modo de hacer en la política catalana, y por lo que se vio no solo no equivocamos el diagnóstico, sino que los deberes en ese espacio ideológico han quedado por hacer hasta hoy por una razón más que evidente: una única cuestión lo ha ocupado todo y no hay partido político con protagonismo que no se haya visto obligado a entrar al trapo en él. Usando, también los que lo niegan, sus mismas armas, como se ha visto en el patrocinio descarado de inventos como Tabarnia y otras fórmulas menos cómicas.

En los márgenes del cauce se han quedado las necesarias mejoras del sistema educativo (sustituidas por el rifirrafe sobre la lengua de enseñanza) o la reformulación del estado del bienestar (pensiones incluidas) o el sentido de la función pública en el siglo XXI, o un modo de articular con justicia la movilidad de las personas como derecho de última generación, o el acceso a las nuevas tecnologías que garantice la igualdad de oportunidades y que elimine profesiones que ya solo tienen sentido por mantener la paz social. Por supuesto, también se han obviado la necesidad de eliminar de raíz las subvenciones y la justa reconsideración de la solidaridad entre territorios, dentro de España, pero también dentro de Catalunya e incluso entre clases sociales. Ninguno de esos agujeros negros que harán colapsar el sistema en su conjunto a no tardar se afrontan en los programas electorales de manera seria, atentos solo los partidos a no dejar escapar un voto, a riesgo de diluir la propia identidad, mutando las propuestas de forma indecente sin recordar que en el presente la hemeroteca está siempre presente.

En ese paisaje, la necesidad de rearticular el espacio liberal conservador, tanto el independentista como el que no lo es, se torna acuciante, ni siquiera sea por el necesario contrapunto a la oleada de izquierda que bajo una reconvertida y posibilista ERC, se nos viene encima ahora que llama al entendimiento a comunes y socialistas. Y, a diferencia de lo que entonces me parecía posible, visto el modo en que se comportan los partidos estatales, diciendo aquí lo que niegan allá, tal vez la estructura y la historia de España hagan más conveniente proponer la alternativa en Catalunya solo desde Catalunya. Para que ese catalanismo del siglo XXI funcione y sirva, debe ser capaz de luchar por Catalunya sin riesgo de tener que improvisar un discurso para Galicia o Andalucía, como les ocurre a todos los partidos que en Catalunya no se han saltado la Constitución y el Estatut y acaban siendo vistos por el independentismo como enemigos sobre los que apoyar su propio crecimiento. Se trata, pues, de seguir en el todo sobre la reivindicación del derecho a ser parte. Así funcionó España, así puede volver a funcionar.