La componenda del PP y Ciudadanos de cara a las próximas elecciones vascas ha sido ilustrada por el ya exlíder popular en aquella comunidad, Alfonso Alonso, que dice haber comprobado así su disintonía con la dirección de Casado no solo en su concepción de la política, sino también de partido e incluso de España. Tres extremos que merecen al menos un comentario de texto.

Sobre la política, sin duda, habrá que estar con Alonso en que perder la estética y el fair play es tanto como perder la guerra, aunque se gane la batalla. Al más puro estilo del killer que habitualmente ha existido en todas las formaciones políticas, pero ahora sin ambages para demostrarlo públicamente, Casado arrincona al sorayista hasta echarlo del ring, como si no hubiera ningún otro modo de gestionar las crisis, como si hacerlo fuera sinónimo de autoridad. Una política esta de ahora en la que, con un comportamiento electoral cada vez más fragmentado, va a ser muy difícil que pueda el candidato Iturgaiz cubrir a la vez el flanco de los que votaron a Ciudadanos, porque estos no creían (aunque ahora crean) en el concierto, y el de los que piensan votar a Vox justamente por lo que Ciudadanos ha decidido vender a cambio de un puñado de escaños. O unos o los otros, pero dudo que ya quede margen de maniobra para conseguirlos todos a la vez. Los ensimismados en las esencias ya no comparten vagón con los que se fijan en las ideologías. Y tal vez ninguno de los dos vagones vaya ya en el tren de la historia.

Casado mira por el retrovisor a un tiempo en el que la oferta mediática era tan breve como la lista de partidos, y, por ello, podían pensar en mayorías absolutas

El sueño de Casado, que lo fue de Aznar, mira por el retrovisor a un tiempo en el que la oferta mediática era tan breve como la lista de partidos, que, por ello, podían pensar en mayorías absolutas. Piensa Casado, como hacía Acebes, que el abandono de la periferia significa la conquista de votos del centro y que, recopilados bajo las mismas siglas, d’Hondt ayudará a triunfar a España Suma. Para conseguirlo, sin embargo, creo que ahora habrá que lanzarse a la barricada, y en la barricada el PP (y por supuesto lo que queda de Ciudadanos) pierde el centro. Ya no se puede estar en misa y repicando, y menos hacerlo a favor del poder estatal contra el poder autonómico.

Ese modo de concebir la política corre paralela suerte a la concepción del partido. Del mismo modo en que Arrimadas se ha enfrentado arrabaleramente a Egea por los pasillos y frente a las cámaras afeándole la crítica que éste hace de su visión centralista del partido; así Casado, con más educación, sin duda, desdijo a Alonso (aunque no a Núñez Feijóo por razones obvias) en relación a la capacidad de determinación del partido territorialmente. Y es evidente que tal concepción del partido, jacobina y vertical, más propia de la izquierda que de la derecha, trasluce una concepción de España a su vez incómoda con su realidad histórica y social. Sin duda cabría aplicarlo a otros territorios de Europa, pero este es el nuestro, y si ya hay diferencias entre gaditanos y jienenses, si hay distancia y no solo es geográfica la que se aprecia entre la gente del Empordà y la de las Terres de l’Ebre, ¿no la habrá entre las Españas?

En cada lugar se vive la relación con el poder de modo distinto, más aún ahora, tras 40 años de desarrollo de los territorios en su foralidad o en la singularidad de su derecho privado, con una legislación autonómica en muy diversos ámbitos de autogobierno, en algunos aspectos parecida, pero en otros atendiendo a la singularidad de un país que es cualquier cosa menos homogénea.

Pronto llegará la componenda a Catalunya. El PP catalán no tiene músculo para oponerse, y Ciudadanos no puede perderlo más sin descomponerse del todo. Algunos de ellos ya están trabajando su propio lugar al sol del futuro en el teatro de la política. Sobre las ideas, como le pasaba a Groucho, siempre se posponen a cualquier otro día.