Marta Rosique, de ERC, es la diputada más joven del congreso español y podría ser juzgada por los cortes en la Jonquera de 2019 convocados por Tsunami Democràtic. El viernes pasado, la diputada concedió una entrevista a Andreu Barnils para comentar la jugada. La conversación es un ejemplo perfecto de las carencias del independentismo que lo anclan a la gestión del mientras tanto. Es profundvamente irónico que las primeras palabras de Rosique sean "lo prevemos todo, de este Estado", teniendo en cuenta que la mitad de la obra de gobierno de ERC en Catalunya ha consistido en institucionalizar la indignación y la gesticulación de la sorpresa. O no lo prevén todo, o lo prevén y saben que les sale a cuenta vivir de los aspavientos ante los ataques de un Estado dispuesto a hacernos desaparecer. O un poco de las dos cosas, porque si alguna cosa nos enseñó el otoño de 2017 es que la inconsciencia, la imprevisión y el simbolismo banal pueden ir tranquilamente de la mano.

"La pregunta que nos tenemos que hacer es hasta qué punto tenemos que plantearnos no anunciar que estamos en una manifestación. El derecho de manifestación tendría que estar preservado." No, Marta. La pregunta que te tienes que hacer es si eso te habría pasado si no fueras catalana y más o menos independentista, y si valió para alguna cosa, teniendo en cuenta que desde tu partido se encargaron muy eficientemente de reconducir el Tsunami Democràtic para convertirlo en un movimiento de liberación nacional dispuesto, como mucho, a tirar pelotas de playa en el Camp Nou. La estrategia del retroceso ha consistido en volver a hablar de cosas materiales para no hablar del problema de fondo, que es que somos una nación sin Estado a merced de una España que nos asimila cada día un poco más, y con el amén, más o menos disimulado, de nuestra clase política. Pero Marta no es tonta y sabe que si habla de las garantías del derecho de manifestación puede seguir viviendo de la rueda discursiva de la ignominia sin enfrentarse al monstruo de la autocrítica.

La sonrisa de Marta Rosique es una metáfora de aquello que en ERC han escogido para ellos mismos: trampear los tropiezos de España hasta conseguir la hegemonía en Catalunya, al precio que sea

Sigamos, va: "No se entiende que en este Estado no pueda haber negociación política para poner fin a la persecución de la gente que piensa diferente". Vaya, Marta, y yo que pensaba que de este Estado lo preveíais todo. Se entiende por qué no lo queréis entender: porque dar muestras públicas de que lo entendéis supondría tener que asumir las responsabilidades que van ligadas a este entendimiento y eso, ahora mismo, no os interesa. "Soy miembro de la asamblea parlamentaria de la OSCE. Y sustituta de la asamblea de la Unión Interparlamentaria. Y no se entendería". En estos casos lo único que hay que entender es que España tiene un Estado, y nosotros no, y que en cualquier escenario internacional siempre seremos el segundo plato. O el tercero. O el cuarto. El problema de mirarnos el mundo desde el pedestal de la superioridad moral es que a menudo confundimos la proyección que nos dicta la moralidad sobre cómo tendría que ser el mundo con cómo es el mundo en realidad, y eso nos convierte en personas incapaces de entender el funcionamiento del poder y su capacidad para corromper. Desgraciadamente, este es un mal muy catalán.

Barnils también pregunta a Rosique si cree que PSOE y Podemos votarán el suplicatorio para enviarla a juicio. Ella responde: "Me sorprendería de Podemos. Pero de los socialistas no espero nada". ¿Cómo puede ser, Marta, si lo que ERC ha hecho en Madrid se reduce a esperar los indultos a cambio de una investidura y a pactar siempre que Gabriel Rufián ha creído que podría arañar cuatro migajas? La política de ERC, aquí y allí, ha querido hacernos creer que conservar en un rinconcito del corazón la mínima esperanza de que con el PSOE las cosas cambiarían era sensato. Ha consistido, precisamente, en esperar alguna cosa. La arbitrariedad con que ERC cree o no cree en el cambio español siempre está relacionada con el rédito que creen que pueden sacar de un buen empuje en uno u otro momento político. Dosifican la intensidad de la retórica porque saben que el mal de Junts es haberla gastado y vaciado hasta que no les ha servido de nada. La sonrisa de Marta Rosique esconde todo este cinismo tras una capa de ingenuidad envenenada porque sabe que el desconocimiento es más fácil de perdonar que la pusilanimidad. La sonrisa de Marta Rosique es una metáfora de aquello que en ERC han escogido para ellos mismos: trampear los tropiezos de España hasta conseguir la hegemonía en Catalunya, al precio que sea.