El pasado domingo, la consellera de Presidència, Laura Vilagrà, afirmó en una entrevista en Catalunya Ràdio: "Con más mujeres en la política, menos guerras. Lideramos con otros valores". Son unas declaraciones que se parecen mucho a las de Carme Forcadell unos días antes, que ya dijo que con más mujeres en el poder habría "menos conflictos". Inintencionada o intencionadamente, repetir este mantra no lo convierte en verdad. Hay mujeres que ejercieron el poder en su momento, pero, como no lo hicieron con los valores que el feminismo de hoy considera válidos para la mujer, quedan en una especie de vacío ideológico. Que desde el feminismo se reivindiquen mujeres que no eran feministas puede chirriar. Igualmente, que desde el feminismo se decida deliberadamente olvidar a unas figuras determinadas porque ejercieron el poder "como un hombre" envía un mensaje amenazador: si no ejerces el poder desde la revolución de los cuidados, la ternura y la empatía, tu liderazgo no será válido. Ya no basta con ser una mujer que rompe un techo de cristal conscientemente, ahora lo tienes que romper de un modo concreto: siendo un ser de luz. Si no encajas en este molde, mujer que me lees, serás acusada de misoginia interiorizada, juzgada y condenada a la más alta de las penas.

Esta figura de mujer bondadosa, sorora y tierna en todo momento, encaja más con lo que sería la cuña moderna de los roles tradicionales que con la voluntad de desmantelarlos

Negar que los roles de género existen sería negar la realidad. Todavía hay muchos trabajos considerados "de hombres" y "de mujeres". En según qué grados universitarios, las mujeres casi no existimos. En el mundo del fútbol, por ejemplo, justo ahora empezamos a asomar la cabeza. En el mundo de la política, muchas veces se nos siguen asignando soft issues, esto es, temas que se consideran femeninos. Todo esto todavía pasa. Por eso no entiendo por qué una parte del feminismo se empeña en que siga siendo así. Esta figura de mujer bondadosa, sorora y tierna en todo momento, encaja más con lo que sería la cuña moderna de los roles tradicionales que con la voluntad de desmantelarlos. Las mujeres de hoy tenemos que romper los roles de género, pero lo tenemos que hacer sin adoptar "actitudes masculinas", y en esta categorización encontramos un nuevo engranaje de los roles que se supone que queremos romper. Es un follón de los grandes, porque, partiendo de estas bases, como mujer, nada de lo que hagas acabará de estar del todo bien. Si no rompes los roles de género, te abrazas a la feminidad de otros tiempos que nos condena a la posición de ciudadanas de segunda. Si rompes demasiado los roles tradicionales, te abrazas a actitudes consideradas típicamente masculinas y, por lo tanto, reniegas de tu condición de mujer, o de la condición de mujer de las otras mujeres.

La única forma de impedir que te quiten un corsé para ponerte otro es pensar contra el corsé. Este espacio de encaje pequeñísimo que nos dejan para ser buenas feministas a muchas nos asfixia y nos provoca inseguridades, porque nos hace sentir que hay algo en nosotras que no acaba de estar del todo bien, que tenemos una tara. Puedes ser una mujer amante del fútbol sin que eso sea sinónimo de buscar validación masculina y puedes ser una mujer joven con instinto maternal sin que eso sea sinónimo de falta de ambición. Puedes tener mala leche sin que eso sea sinónimo de masculinización o voluntad de ser one of the guys y puedes ser tierna y dulce cuando quieras sin que sea sinónimo de tener que serlo siempre por tu condición de mujer. Sé lo que quieras ser mientras seas consciente de que ni tú ni ninguna otra mujer sois menos que un hombre. Sinceramente, yo me pensaba que iba de esto.