Si hoy es 28 de abril, ayer era 27 de abril, fiesta de la Virgen de Montserrat, patrona de Catalunya. Nuestro país es culturalmente cristiano y eso explica que fe y tradición se hayan enlazado con fuerza para ser una sola cosa, porque la una ha llevado a la otra. Joan Vergés Gifra, profesor de la Universitat de Girona, explica en el artículo God does not exist, but the Holy Mother of Montserrat does (Dios no existe, pero la Virgen de Montserrat, sí) como en una conversación entre Frederica Montseny, su marido Germinal Esgleas y un joven catalán antifascista se defiende la tesis que da título al artículo. Es una buena anécdota y es un buen título, porque es capaz de concentrar las bases de lo que se denomina laicismo positivo asimétrico, que aplicado a la Virgen de Montserrat vendría a decir lo siguiente: su símbolo está tan arraigado en el país que trasciende la religiosidad. Es la Virgen si quieres y crees, y es la catalanidad, creas o no, porque así lo entendemos los que, como sociedad, hemos pactado el significado que ocupa su símbolo. Dios no existe, pero la Virgen de Montserrat, sí. Dios es la fe y la Virgen de Montserrat, para muchos, es la tradición, la historia, las raíces, la cuna, el inicio, el núcleo, el ser.

Nuestros símbolos y nuestras tradiciones tienen que conservar su significado religioso a pesar de la secularización social, porque es la explicación de su carácter tradicional y simbólico

Esto, que explicado de esta manera parece bastante fácil de entender, ocupa el centro del debate a la hora de intentar ponernos de acuerdo sobre el papel que tiene que tener la religión cuando celebramos la tradición. Los belenes desbelenizados de Ada Colau son el punto álgido anual de la disputa ideológica envuelta de buenos chistes sobre todas y cada una de las similitudes que el belén en cuestión puede tener con un vertedero, y da mucha risa. Pero pasa con la Semana Santa, pasa con Todos los Santos y pasa con Corpus Christi, y ya no da tanta risa. Es una disputa ideológica cruda y desmaquillada, porque ya no hay muchos chistes posibles entre quienes en vez de entender las tradiciones como algo para celebrar o no celebrar, o para celebrar solo una parte u otra, las entienden como una planta con raíces intercambiables a voluntad. Es el eterno diálogo entre los que entienden las cosas tal como son y los que entienden las cosas tal y como querrían que fueran. Y en el que todo el mundo cree ser de los primeros.

Dibujar a mano alzada la raya que separa lo que es digno de ser celebrado porque consideramos que ha trascendido su significado religioso y aquello que no lo es porque la religiosidad todavía tiene un peso que no nos conviene, es difícil de dibujar. En Catalunya tenemos la pista del nacionalismo: si la tradición con raíces religiosas nos sirve de símbolo para seguir definiéndonos a nosotros mismos como pueblo, la abrazamos sin demasiados miramientos. Por eso seguimos preparando y comiendo panellets, unos postres que gustan a dos personas de las diez sentadas en la mesa, pero que tienen su función: hacernos ser catalanes.

Nuestros símbolos y nuestras tradiciones tienen que conservar su significado religioso a pesar de la secularización social, porque es la explicación de su carácter tradicional y simbólico. Sin el uno no habría existido el otro. Que lo conserven, sin embargo, no tiene que pretender la conversión de aquellos que celebran la tradición y abrazan el símbolo. Símbolos y tradiciones pueden ser un vehículo hacia la fe en sentido inverso, pero para abrazar un símbolo y celebrar una tradición sólo hay que aceptar y tolerar el origen de las raíces y arreglar un poco las flores como más nos guste. Es esto lo que en Catalunya, sabiéndolo o no, han hecho todos aquellos que no creen en Dios, pero creen en la Virgen de Montserrat.