El día de la verbena de San Juan, nuestro comunista de confianza —si es que tal cosa puede existir—, Joel Díaz, dedicó "Díaz de fúria", su sección en el APM?, a perseguir políticos para que explicaran qué quemarían en la hoguera. Escribiéndolo en un papelito que el entrevistador se quedaba, los políticos aguantaron tan bien como supieron la lluvia de mierda que les caía. Sonrisas forzadas impecables, piel impermeable para repeler cualquier crítica con elegancia y buen humor, y escudo hecho de argumentos masticaditos que sirven un poco para cualquier conversación. Cada uno con sus variantes personalizadas, todos blanden estas armas con un único objetivo: esquivar la autocrítica. Cuando menos, esquivarla públicamente. Que el examen de conciencia no es el plato preferido de la política catalana lo sabemos bastante bien los independentistas, a los que diariamente se nos vende un universo donde lo hemos ganado todo pero todavía somos españoles.

Quizás por eso no es casualidad que las únicas tres personas que se toman el juego de Díaz medio en serio sean Jéssica Albiach, Salvador Illa y Nacho Martín Blanco. La primera dice que se arrepiente del Yess a la Jess —bien hecho, Jéssica— y del impuesto a los ultraprocesados —ahora no te he entendido—. El segundo dice que se arrepiente de no haber tenido todavía una reunión con la CUP —¿para qué la quieres?— y añade "si he podido ofender alguien, lo retiro" —ahora tampoco te he entendido—. Finalmente, el único que no volverá al Parlament la próxima legislatura —al menos no con Ciudadanos— explica que en su partido podrían haber sido más positivos. Son autocríticas insignificantes o genéricas, lo que hace que no se acaben de poder coger exactamente por ningún lado, pero son autocríticas.

Mientras salga a cuenta traficar con el mensaje que desde el independentismo no ha habido errores y, por lo tanto, que hemos ganado, los falsos santos seguirán en los altares

En casa, en cambio, tenemos una gente que es incapaz de hacer eso ni que sea para quedar un poco bien con el chico del APM? La bancada indepe se dedica a señalarse entre ellos o señalar a España para negarse a jugar a los papelitos de Díaz sin decirlo del todo: quedar bien con el chico de los recados, quedar bien con ellos mismos, quedar bien con el partido. En definitiva, hacer este ademán artificioso de santo político que todo lo hace como es debido, todo lo hace incansablemente, todo lo hace con buena intención y todo lo hace por la causa. La voluntad de vender que encabezas un proyecto político sin mancha para evitar el filtro de la fiscalización. Este es el miedo que tiene Eulàlia Reguant cuando quiere hacer pasar por autocrítica "investir a un president que hace políticas sociovergentes". El miedo de Laura Borràs cuando escribe "asumir que el mandato del 1 de octubre es vigente y lo tenemos que defender, somos el 52%". El miedo del president Aragonès cuando escribe "incumplimientos inversiones del Estado". Oriol Junqueras directamente se ríe de la dinámica y escribe "no hacer más programas como este" como arrepentimiento. Gracias, Oriol. Ahora ya puedes ir a merendar melindros con Jordi Wild. O con Mario Vaquerizo.

Las comparaciones entre el catolicismo y el independentismo se hacen desde que tengo conciencia política. Ponemos la otra mejilla, ponemos la bondad por delante de la utilidad —la bondad es de lo más útil si se sabe diferenciar de la ingenuidad—, creemos que tener razón es garantía de justicia, pensamos que ganaremos porque nos hemos portado bien, parecemos acostumbrados a la penitencia. Todo eso son ramificaciones de la única cosa que en el fondo preocupa de verdad a nuestros líderes: parecer buenas personas. Esta santidad de cartón piedra es un gran engaño, porque la santidad está muy cerca del examen de conciencia y muy lejos de las apariencias. Muy cerca del propósito de enmienda, del reconocimiento de los pecados, de la confesión. Muy lejos de tejer un relato que te convierta en un ser de luz inatacable. La bondad y la santidad van de dentro a fuera y casi siempre se vinculan a la generosidad, a la fidelidad, al sentido de la responsabilidad y, sobre todo, a la honestidad de volver a empezar cuando no has estado a la altura. Lo que hacen los políticos independentistas tiene mucho que ver con la careta y con el pedestal de la superioridad moral desde donde hacer unos aspavientos que en política —y, en general, en la vida— no sirven de nada. Tiene mucho que ver con vender un producto sentimental que a los electores les sea fácil de comprar sin tener que pensarlo: los buenos somos nosotros y somos buenos en todo, siempre.

Mientras salga electoralmente a cuenta traficar con el mensaje que desde el independentismo no ha habido errores y, por lo tanto, hemos ganado, las caretas seguirán bien sujetas y los falsos santos seguirán en los altares. Siempre que escribo me da el pánico de pensar que teorizo por encima de lo que es sano y de lo que es coherente con los hechos. Si los hechos que hoy he utilizado para teorizar no os convencen, coged los últimos cinco años de política catalana y explicadme dónde os llevan. A mí me han llevado hasta aquí.