Borgen es la serie de los que necesitamos un ideal político y democrático para creer que nuestro propio contexto político y democrático tiene un margen plausible de mejora y progreso. Por lo menos había sido así hasta el final de la tercera temporada. En la cuarta, un poco para sorpresa de los seguidores, casi ha desaparecido el efecto revelador que infundían las primeras temporadas en el sentido de la corrección política y la corrección moral, y el vínculo estrechísimo entre la una y la otra. La nuestra —mi— heroína Birgitte Nyborg encarna ahora los efectos de claudicar ante el juego de seducción del poder. En Dinamarca, un país donde tener que dimitir es una amenaza real sobre las cabezas de los miembros del gobierno, Nyborg juega a sobrevivir entre la espada —la vocación política, la construcción de una vida en torno al cargo, el hambre insaciable de autoridad— y la pared —la causa, los principios, la coherencia ideológica— con la diferencia de que esta vez sí que se vende la pared por la espada, rompiendo el espejo que las tres primeras temporadas de Borgen se habían esforzado en ponernos delante.

Nyborg muestra la dosis justa de imperfecciones del mundo que representa para que nosotros nos encarguemos de hacer el ejercicio de calcular hasta qué punto el fin justifica los medios, o si los medios ya son en sí mismos el fin

Como cualquier serie hecha con atención y talento, Borgen gana si tienes a alguien con quien comentar más o menos chapuceramente la cosa. Al hacerlo, me he dado cuenta de que son las fuentes de donde creemos que brota la esperanza las que hacen que valoremos la exhibición de aquello inaceptable en política como necesario, por realista, o como desmoralizante, por desidealizado. Es esperanzador pensar que nuestra cultura política es moldeable y que el ideal tiene que existir para así llevarla a un destino, porque el ideal siempre da anhelo de futuro. Pero también lo es creer que el espectador ya es lo bastante maduro para valorar cada sabotaje que Nyborg se inflige a su alma con la intención de agarrarse al ministerio como lo que es: el pan de cada día. En términos de utilidad, cuesta saber si Borgen nos ha hecho un servicio hasta ahora porque nos ha dosificado unas gotitas de esperanza en el hombre y en cómo el hombre puede llegar a gobernarse —y por lo tanto, ahora nos hace un deservicio porque nos muestra lo contrario— o si las gotitas nos las da ahora porque, considerándonos jueces preparados para entender el poder, es capaz de prostituirnos nuestras heroínas a la cara creyendo que podremos señalar todas y cada una de las perversiones. Borgen ha visto la diferencia entre querer esperanzar en los ideales y querer esperanzar en la autoestima del espectador haciéndolo sentir meritorio de la realidad. Esta vez ha escogido la segunda. A mí me parece bien.

Birgitte Nyborg es una mujer de 53 años con la vida personal y familiar decapitada por la vida política. También es una mujer con medio armario en el despacho ministerial porque los sofocos de la menopausia le dictan cambios de camisa en todo momento, secretamente. Nyborg entiende que a veces lo único que queda es comunicar de la mejor manera porque la apariencia de democracia es la última alternativa cuando, como demócrata, has fallado. Se deja cautivar por el "for some of us, power trumps the cause" (para algunos de nosotros, el poder supera la causa), no hace de sus debilidades su política y se niega a maquinar una vida privada ideal para legitimar su actividad pública. Se convierte ella misma en su propia causa. Así, cualquier renuncia a los principios es el mal menor. Nyborg muestra la dosis justa de imperfecciones del mundo que representa para que nosotros nos encarguemos de hacer el ejercicio de calcular hasta qué punto el fin justifica los medios, o si los medios ya son en sí mismos el fin. Creer que el espectador puede hacerse cargo de este escrutinio —no habiéndolo hecho antes— es empezar a tener esperanza y, al mismo tiempo, es considerar que el ideal político y democrático que has proyectado hasta entonces ha servido para algo. Borgen es una serie para crecer.