¿Habéis encontrado alguna vez un papelito olvidado en el bolsillo de la ropa de invierno o en el fondo de un cajón que hacía tiempo que no ordenabais? ¿Qué había escrito? Decidme un recuerdo de infancia donde no haya agua. Y no hace falta que seáis de tierra de río, como yo, un recuerdo de mar, en la playa, también nos llena. Y andar descalzos por la arena o por la tierra del huerto en barbecho. Siempre he pensado que de aquí debe venir la expresión "tocar de pies en el suelo". No sirve si hay asfalto o aceras o mosaico. Tierra, tiene que ser tierra y, si es un poco pedregosa, mejor. Tocar de pies en el suelo, sentirse arraigado.

El verano son rodillas peladas, algarrobos, mecedoras, perseguir ardillas y liebres. Baños eternos. Olor a tierra mojada. Escondernos en el naranjal, que tu yaya te lave en el barreño, conocer las constelaciones. Olivos y arrozales. Y ahora ves a tus sobrinos (o a tus hijos o nietos) haciendo lo mismo que tú hacías, en los mismos algarrobos, con las mismas azadas, en el agua de la misma alberca, descifrando el canto de los pájaros. Solo falta el huerto, tan leal él que se marchó con los yayos cuando se fueron.

¿Os habéis fijado en que a medida que crecemos recordamos a menudo cuándo éramos menores y cuando somos pequeños solo pensamos en ser mayores para poder hacer más cosas? ¿Y os habéis fijado en que la mayoría de los recuerdos, si no todos, tienen la luz del verano? ¿Y que cuando a nuestra vida se acercan tiempos de cambios es aquella la luz lo que buscamos, como buscando la respuesta a todo? Y quien dice luz también dice tiempo y Proust bien que lo sabía e iba en su búsqueda, o Mercè Rodoreda y su paraíso perdido. Siempre el retorno al añorado universo de la infancia. La Sinera de Espriu, la Mequinensa de Moncada. Y cuando miras atrás no sabrías ubicar el año exacto en que sucedió ese recuerdo concreto, como si el verano en sí mismo fuera una edad propiamente dicha. Rosa Regàs lo definió maravillosamente bien: "Todos los veranos de la infancia acaban pareciendo uno solo".

Decía Artur Bladé i Desumvila que a los 20 años ya estamos editados y que a partir de entonces todo son reediciones. O sea, volver a. Reeditar los inicios vitales, la luz, el agua, aquel espacio-tiempo donde todos empezamos a aprender que la distancia no es tanto la lejanía como el olvido y que la única patria verdadera es el constante retorno a la feliz niñez. Seguiremos encontrando papelitos en los bolsillos que nos transportarán más lejos de lo que pensábamos recordar y nos traerán olores brillantes. Pequeñas reediciones manuscritas que han aguantado el paso del tiempo, que esperaban ser encontradas algún día y que dicen mucho de nosotros. La parte más auténtica. Cuando murió Antonio Machado, en el bolsillo de su raído abrigo, que había soportado el paso al exilio en Francia, se encontró un papelito con el que se considera es el último verso del escritor andaluz: "Estos días azules y este sol de la infancia".