Hombres montando un escenario. Mujeres preparando micrófonos. Yayas pintando pancartas. Yayos sirviendo cervezas. Músicos cantando de balde. Niños pintando murales. Chicas haciendo lazos. Copisterías regalando fotocopias. Abogados asesorando a activistas. Maestros educando con valores. Enfermeras custodiando urnas en casa. Informáticos diseñando camisetas. Campesinos labrando rodeados de balas de forraje amarillas. Restauradores cocinando por la causa. Bomberos parando golpes de porra. Escritores regalando palabras por la paz. Autónomos haciendo ingresos en la caja de solidaridad calculadora en mano. Panaderos preparando bocadillos para los manifestantes. Deportistas corriendo por la libertad. Tenderos vendiendo productos amarillos que nada tienen que ver con su negocio. Amas de casa escribiendo cartas a las prisiones. Jubilados cuidando a los nietos para que los padres puedan asistir a una cena amarilla. Jóvenes redactando manifiestos. Horas de sueño.

Esta es la mejor baza del republicanismo: el capital humano, el tiempo de vida entregado. La plena disponibilidad a seguir adelante. Cada uno a su diferente manera. Cada una en su humilde medida. Pocas cosas hay tan fuertes e indestructibles como la solidaridad y el voluntarismo. Cuando verdaderamente estás dispuesto a defender a una persona honesta, a trabajar por una causa justa, nada ni nadie pueden pararte. Como mucho pueden meterte palos en las ruedas y retrasar la llegada al final del camino, pero solo pueden influir en el cuándo, no en el qué. Luchar sirve. Es cierto que no siempre se puede ganar, pero no todas las derrotas son irreversibles. Leí una vez no sé dónde que al final todo sale bien y, si no es así, es que todavía no es el final.

Pregúntate: ¿qué es lo que no estás dispuesta a hacer para conseguir tu objetivo? Cuantas menos respuestas encuentras, más posibilidades de alcanzarlo. Los republicanos solo tenemos una respuesta en la lista: la violencia. No estamos dispuestos a practicarla. ¡Eh! Tampoco a permitirla. ¿Eso nos hará ir un poco más lentos? Vale la pena, todavía más si quien te demora la marcha sí la usa, tanto la institucional como la física. La intransigencia no es nuestra compañera de viaje. Es su lastre.

Uno de los puntos fuertes del movimiento independentista y republicano, y que a la vez se ha convertido en una de las características más sorprendentes de puertas afuera (opinión pública, prensa, habitantes de otros países), es la unión entre la ciudadanía y sus representantes políticos. Éramos (no sé si decir somos, apuesto por que sí) un solo brazo, asumiendo cada uno sus responsabilidades: unos en los despachos, otros en las calles. Imbricados. El pueblo pagó de su bolsillo las fianzas del políticos porque ha agradecido y asumido que ellos tomaban las decisiones que les pedía la mayoría de la ciudadanía (trato de evitar el concepto ciudadanos porque es una palabra que malévolamente se ha apropiado un partido). Ahora dedicamos este tiempo de vida para sacarlos de la prisión, porque vuelvan a casa las personas exiliadas, para ayudar a financiar su defensa jurídica, para pagar los viajes de los familiares. Para construir un nuevo país. Somos de cáscara de coco. La generosidad no tiene enemigo posible. El tejido social es imbatible. La libertad, una dinamo: cuanto más se usa, más luz da. Decía mi yaya que lo que no se paga con dinero se paga en comidas. Trocar, bonito verbo.