Había una vez un bosque con una tortuga y una liebre que se retaron a una carrera. Todos sus amigos del reino animal acudieron, sorprendidos por tan extraño duelo. Tenían que recorrer un largo camino entre árboles y senderos. Se dio el pistoletazo de salida. La liebre arrancó como un rayo. A su tiempo, la tortuga, poco a poco, iba avanzando, despacio. A la mitad del recorrido y viendo la enorme ventaja que llevaba, la liebre se detuvo a hablar con unos amigos. Fueron juntos a bañarse al río y a tomar el sol, sin prisa. Mientras tanto, la tortuga, paso a paso, iba caminando a su ritmo. Plof, plof. La liebre reanudó el camino nuevamente para, confiada, volver a detenerse un rato después a echarse una siestecita. La tortuga, tranquila pero segura, continuaba con paso firme, sin detenerse.

Al cabo de unas horas, los asistentes que se reunían en la línea de meta vieron llegar, allí al fondo, un caparazón verde oscuro que muy justo sobresalía por encima el horizonte. El animal se acercaba con constancia –plof, plof– hasta el punto que cruzó la línea en solitario. El resto de compañeros del bosque enloquecieron, saltaban y gritaban. La tortuga estaba ajena a todo. Un pájaro se le acercó y le hacía señales ostensibles con las alas, a las cuales ella no respondía. Finalmente, movió lentamente sus patas de delante hasta la cabeza, se sacó unos tapones que llevaba en los oídos y dijo: ¿qué pasa? ¡Mujer! –le comunicaron– ¡Que has ganado la carrera! ¿Ah, sí?, respondió ella, sorprendida. ¡Sí! Le animaron los presentes al unísono. ¿Cómo lo has hecho, si la liebre es más rápida que tú y se supone que sabe más? La tortuga respondió: con los tapones no he oído las voces que me decían que no lo conseguiría.

Ya lo decía Joan Brossa: "Para los que tienen el poder, la violencia es legal; sólo la condenan cuando la utilizan los de abajo"

Pues bien, este cuento que alguien me explicó un día, me va muy bien para hablaros de este fin de semana. De entrada, el irresponsable ministro Marlaska ha hecho suyas las declaraciones que la policía española declaró durante el jucio del procés y dice ahora que la violencia en Catalunya es de mayor impacto que la que hubo en el País Vasco. Así, además de mentir vilmente y tener que ser reprobado por víctimas del terrorismo, de paso ya le allana el terreno a los que tengan que juzgar a los nuevos presos políticos detenidos las últimas dos semanas. La estrategia no es nueva pero no por eso deja de ser ofensiva y peligrosa. A raíz de las movilizaciones del 20 de septiembre del 2017 contra la ocupación de la Conselleria de Economía, ya se preparó la represión posterior con aquello de los 'tumultos', para justificar después un falso relato de violencia.

Paralelamente, las movilizaciones de este fin de semana nos dejan varias imágenes de vergüenza ajena. Por una parte, la Policía Nacional española haciéndose fotos con banderas y manifestantes fascistas en la Prefectura de Via Laietana –de funesto recuerdo– durante la concentración por la unidad de España. A unos nos pegan y a los otros los dejan subir a la furgoneta a hacerse fotos. Muy bien. También pudimos comprobar que el abanico del unionismo va desde el PSC hasta VOX. Estamos bien apañados. Por cierto, dos ministros –en funciones– del PSOE se manifestaron ayer con la extrema derecha. Lo digo por cuando acusan al presidente Torra de activista.

Por la otra, mossos d'esquadra volviendo a zurrar a mayores y jóvenes, hombres y mujeres, haciendo circular furgonetas por las aceras, a gran velocidad y atacando, desbocados, a personas que cenaban en las terrazas de los bares o se sentaban en el suelo pacíficamente. Todavía suerte que hay móviles que graban vídeos y hacen fotos, sino las heridas del agente que se cayó de la furgoneta en marcha por ir con la puerta abierta haciendo el carrusel, todavía las atribuirían a los independentistas. Ya lo decía Joan Brossa: "Para los que tienen el poder, la violencia es legal; sólo la condenan cuando la utilizan los de abajo".

Policía española fascista, mossos zurrando y políticos independentistas desfilando por el pasillo vip de la manifestación: tenemos que hacernos los sordos ante la indignidad

Comentario aparte merecen las imágenes del lamentable espectáculo visto en la zona vip que se preparó para que, en la manifestación del sábado, en la calle Marina de Barcelona, pudieran llegar los representantes políticos y otros cargos del ámbito independentista. Seré suave: fue una indignidad. Tenemos una cuarentena de presos políticos y exiliados, además de los heridos por las porras y las balas de goma y de foam, y, mientras tanto, ellas y ellos paseándose por aquel pasillo como si aquello fuera la alfombra encarnada del festival de Cannes. No hay excusa, no vale decir que las vallas las pusieron los organizadores contra lo que la gente les gritaba o que alguien los grabó con mala intención: hay maneras y maneras de pasar, es una cuestión de actitud, de criterio propio, de respeto. ¡Sufrimos una represión bestial! Que una cosa es saludar a la gente y ser amable y la otra es desfilar como si estuviéramos de fiesta. Un poco de decoro, por favor. La revuelta popular, construída piedra a piedra por la gente de la calle –no por los políticos– ha levantado el duelo que arrastrábamos desde el 1 de octubre y ha vuelto a tomar la iniciativa, pero eso no os da derecho ni permiso para comportaros como lo hicisteis.

Dicho esto, delante de estas tristes imágenes descritas –policía española con connivencia con el fascismo que se pasea tranquilamente por las calles, mossos d'escuadra zurrando a gente, Buch que se aferra al cargo y arrastra a su partido por el barranco, políticos y supuestos vips desfilando sonriendo mientras hay una represión brutal–, delante de eso, digo, sólo nos queda una solución: seguir caminando sin mirarlos ni escucharlos. Creer en nosotros mismos, en la fuerza de las personas del pueblo. Sentir el orgullo de esta revuelta popular que nadie tiene que detener (y menos ellos, ni políticos ni policías), sentir orgullo de nuestros jóvenes y, sobre todo, no hacer caso de todo aquello que nos irrita más de la cuenta, nos hace perder moral o nos afecta demasiado el estado de ánimo. Necesitamos toda nuestra vitalidad en positivo, no podemos perder tiempo ni energía en aquello que nos despista o nos desvía de la cuestión importante y nuclear. Cuando decimos cuidémonos, también es eso. Hay que protegerse de tanta maldad y desunión, de tanta represión y falta de miras. No digo negar la realidad, digo que nos metamos los tapones en los oídos y nos hagamos los sordos ante la indignidad. Sólo el pueblo salva al pueblo.