¿Qué son para vosotros las vacaciones? ¿Qué hechos o detalles hacen que las personas sintamos que ya son vacaciones? Solemos decir tópicos que no por serlo son menos importantes o ciertos: leer, ir a la playa, viajar, desayunar sentados en torno a una mesa, mirar, estar con la familia, hacer deporte, etc. ¿Qué mínimo común múltiple podríamos extraer de todos estos ejemplos? El tiempo. Ser dueños de nuestro tiempo ni que sea por un instante, aunque esta afirmación por sí misma ya parezca un oxímoron porque el tiempo tendría que durar un poco más que un simple instante (si es que realmente existe, pero eso es otro tema que Einstein explicó mucho mejor y que todavía estamos intentando discernir entre todos y del todo).

Sí, chicos, tener tiempo. Tiempo para leer sin que nos caiga la cabeza encima del libro antes de haber pasado tres páginas. Tiempo para ir a la playa sin reloj. Tiempo para tomar un avión y volar lejos o subir a la furgoneta sin destino definido. Tiempo para desayunar sin prisa dos huevos fritos, pan con tomate y embutido y un zumo de naranja, mientras se hojea el diario. Tiempo para no hacer nada. Y basta, que no es poco. Tiempo para abrazar a tus hijos o perseguir a tus sobrinos, para jugar al parchís con tus hermanos o para jugar una partida de tute con tu yaya. Tiempo para montar en bicicleta.

Aquellas dos horas que en el día a día de la ciudad se nos escurren entre los dedos y no hay manera de que den de sí resulta que, metidas en la cumbre de una montaña o sobre una piragua en medio del río o estirados en la playa, cunden mucho más. Los mismos 120 minutos puestos en un lugar o en otro pueden no bastar o pueden hacer que incluso tengamos margen para aburrirnos, si hace falta. Y tampoco pasa nada.

Hay un viejo proverbio (ahora no me hagáis decir si hindú o africano) que dice que en Occidente tenemos los relojes pero que en Oriente tienen el tiempo. Quizás el tiempo perdido que buscaba Proust. Porque no me diréis que no os pasa lo de mirar atrás y ver los veranos de la niñez y recordarlos más largos que un día sin pan, tan eternos que casi tenías ganas de volver a la escuela, y, en cambio, mirar los veranos de ahora, de la edad adulta, y que se nos hagan más cortos que el rabo de una boina. ¿Cómo puede ser si la estación astronómica dura lo mismo? Si hay luna llena cada 28 días, si los meses duran lo mismo...

Quizás somos nosotros que, cuando crecemos, en lugar de ganar tiempo, perdemos vida, cuando lo deberíamos hacer al revés: ganar vida y perder el tiempo. Que no siempre es malo perder (o dejarse ganar). Escoger entre fabricar un reloj o simplemente dar la hora. Ahora que nos llega un tiempo de descanso, intentemos más bien fabricar nuestro propio reloj para que nadie nos tenga que dar la hora. Démonosla a nosotros mismos y vivamos el tiempo a la manera oriental, teniéndolo y no solo mirándolo.