Deseos. Propósitos. Intenciones. Cambios. Celebración con amigos. La noche de Sant Joan tiene algo similar a la de Fin de Año. Mirada adelante para alcanzar los sueños y mirada atrás para avistar qué quemamos el año pasado. Incluso si respiramos hondo quizás olemos como alguna de las cosas de la lista que, convencidos, tiramos al fuego hace doce meses, huele un poco a chamusquina. No siempre se puede pasar página, ni todas las páginas queman igual, ni todas las cenizas se esfuman. Personas amadas que nos acompañan mientras cerca del fuego decenas de pupilas brillan al mismo tiempo. Amistades que se han ido distanciando, que se hacen borrosas al horizonte y que cada vez cuesta más enfocarlas porque los ojos, llorosos, parpadean de tanto de forzar la vista buscando una figura difuminada que se aleja.

Nostalgia. Música. Alegría. Petardos. Lanzamos a la hoguera temores e incertidumbres, recuerdos de regusto tan amargo como la maldita última avellana de la bolsa. Y nos bañamos en el mar siete veces, hundiendo la cabeza, sino no vale, y renovamos energías y pensamientos y nos conjuramos para que cada año haya un poco de brasa que mantenga la ilusión de volver a creer que el fuego todo lo cura si sabemos respetarlo. Aquella cosa hipnótica que tienen las llamas que hace que no puedas dejar de mirarlas y que parecen la misma cosa a pesar de ser muchas cosas diferentes a la vez. Como nuestra vida misma, más o menos.

Hay llamas del pasado que no se apagan ni con mil mares. Tendremos que aprender a tener sentimientos ignífugos

Magia. Recuerdos. Propósitos de enmienda. Lucecitas de colores. Personas nuevas. Viejas amigas. Reencuentros. Brasas que no necesitan un soplete para volver a prender. Maderas incandescentes. Llamas del pasado que no se apagan ni con mil mares mientras la espuma de nuevas olas se acerca. Hay personas que son como una cerilla: cuando ya se ha consumido todo el fósforo y empieza a quemar la madera: más vale soltarlo si no te quieres quemar los dedos. Hay otros, en cambio, que son como una zarza bíblica: nunca se consumen del todo por mucho que quemen. Tendremos que aprender a tener sentimientos ignífugos. Tendremos que hacer fuego nuevo, como escribía Miquel Martí i Pol, que no calienta el fuego de ayer ni el fuego de hoy. Que ahora es mañana.

Que el verano llegue en viernes, como este año, sin duda tiene que ser un buen presagio. Un solsticio que escoge venir en fin de semana tiene que traer buena suerte. Hacemos nuestro íntimo conjuro la noche más corta del año y vislumbramos el mundo entero desde el reflejo de una bengala. La llama de una candela baila la danza del vientre hasta volverse azul. El humo dibuja serpetinas en el aire y saltamos la hoguera con coraje y abrazamos la vida en su imperfección. No quiere decir que siempre acertemos ni que los aciertos tengan siempre las consecuencias positivas que esperábamos, sin embargo cuando se alinean cabeza y corazón y coinciden conciencia y acción, entonces nada nos quita el sueño. Y si no dormimos que sea porque estábamos bailando o haciendo el amor o saltando la hoguera, que el insomnio que sueña despierto es el más lúcido de todos.