Y como en esas series de la tele, nuestra vida ha ido avanzando por capítulos y hemos ido consumiendo cada segundo sin poder hacer ningún spoiler, más que nada porque nosotros tampoco sabíamos cómo acabaría esta historia de la que éramos protagonistas. Simplemente, tratábamos de sonreír y de avanzar como si supiéramos a dónde íbamos. Simplemente, amor, andábamos esperando la semana siguiente para saber cómo podríamos seguir siendo sin caer nunca de todo.

Cada rodaje era parte de una ficción que superaba la realidad. Las cámaras enfocaban horizontes felices y posibles. En tu nombre vivía mi todo. En mi corazón cabía tu mundo. Ninguna toma era borrosa ni falsa, ninguna frase era lo bastante larga para explicar que nada sobraba porque nada estaba de más. No interpretábamos ningún papel y el mundo giraba más deprisa por la inercia de nuestra forma circular de amarnos.

El mundo giraba más deprisa por la inercia de nuestra forma circular de amarnos

Un buen día, como quien no quiere la cosa, el argumento ya no dio más de sí. Un buen día, como si de repente no tuvieran valor los abrazos, se apagaron las luces del plató y las pupilas que brillaban al mirarse dejaron de hacerlo, como una bombilla que resopla cuando está a punto de fundirse. Aquel guion ya no supo dar ningún giro más y los créditos finales lo serían de verdad, definitivos, como si hubieran esperado escondiditos todos estos años para, ahora, aparecer a destiempo.

Encima de los episodios se va acumulando polvo y ceniza. Un óxido difícil de quitar y de un color dudoso. Quizás de haberlo sabido... pero no, no se puede amar con una calculadora en la mano para contar el más que probable coste de abrir tu corazón. El amor no es una ciencia exacta y evaluar los daños antes de que se produzcan no da buen resultado.

Aquella roca invencible se resquebrajó. Quizás, con el tiempo, hemos conseguido reunir los añicos, pero ya no se pueden pegar de nuevo. No tal y como eran. Tendría que bastar con haber localizado los trocitos diseminados que antes vagaban solos y desamparados y hoy, cuando menos, saben de dónde provenían. Reconstruirse también querrá decir eso: saber que fuimos.