Es interesante conocer un poco más a alguien fijándose en las frases que ha subrayado en lápiz en aquel libro que te presta. La pequeña doblez en la esquina superior de la hoja. Los post-it de colorines en los márgenes. El número de la página rodeado. Es como entrar en un pequeño templo sagrado. El templo de los sentimientos que se le han removido a una persona al leer unas determinadas palabras. Los pensamientos que lo han asaltado, los recuerdos que le han venido a la cabeza. Y al corazón. Probablemente dice más de nosotros de lo que nos pensamos.

¿Y si en lugar de ser el libro que alguien más nos ha dejado, fuera uno que nosotros mismos hemos leído ya hace un tiempo? Es como hacer un pequeño viaje interior, escarbar dentro de ti como quien hace un hoyo en la tierra con las uñas y a puñados. Ver qué te interesaba hace meses, qué te emocionaba hace años. Quizás tan sólo hace unos días. Darte cuenta de las palabras que destacabas, de los puntos de libro que dejaste queridamente allí donde te los encuentras hoy. Adivinar un estado de ánimo. Intuir la época personal en que acudiste a aquel libro en concreto. A veces tú vas a él. Otras, él te encuentra a ti. Según cómo, se te acumulan en la sala de espera queriendo entrar todos al mismo tiempo y no sabes por dónde empezar.

Estos días de Navidad, seguramente, todos hemos aprovechado para leer un poco más de lo que la vorágine del día a día nos permite hacer habitualmente. La força d’un destí, de Martí Gironell; Aprendre a parlar amb les plantes, de Marta Orriols y El far, de Maria Carme Roca, han sido mi carta a los Reyes avanzada. Ahora que volvemos a la normalidad y recojo los adornos navideños y guardo las novelas en la repisa de los 'ya leídos', repaso qué subrayé, cómo lo marqué. Es poca ahora la distancia entre aquella primera lectura y esta relectura breve pero es suficientemente orientativa y siempre sugestiva. La relectura te permite reafirmarte en aquello marcado en lápiz y tal vez pasarlo ya a boli definitivamente o bajarlo del altar en el cual lo habías ensalzado. Un buen libro es siempre un buen amigo al cual acudir, no importa el tiempo que pase. Siempre aprendes de él y en él siempre descubres alguna cosa nueva que antes te había pasado por alto y que hace que hoy te guste más. Por el contrario, también puedes considerar que las páginas no han soportado lo suficiente bien el paso del tiempo e iniciar una lenta desafección.

Para encontrar nueva poesía que antes nos había pasado desapercibida, para reencontrarnos frases que amamos, para recordar cómo éramos, cómo leíamos sonrisas, para poder borrar aquello que antes nos gustaba

Así también podemos releer a las personas. Para encontrar nueva poesía que antes nos había pasado desapercibida, para reencontrarnos frases que amamos, para recordar cómo éramos, cómo leíamos sonrisas, para poder borrar aquello que antes nos gustaba (por eso es importante subrayar en lápiz) y que pensábamos que nos gustaría siempre... Releer a las personas y su historia también para descubrir que hay novelas perennes y miradas que caducan. Como aquel abrazo pendulante que ya no oscila como antes porque el centro de gravedad ya tiene otras coordenadas. ¿Y cómo expresar cómo te sientes sin hacer un spoiler? ¿Cómo explicarte honestamente sin desacreditar al otro y a la vez sin desprestigiarte a ti misma? Leernos con el tacto, querernos con el lenguaje de los signos, descifrar el código, formar parte de un libro o, mejor todavía, escribirlo.

Mientras buscamos cómo iniciar nuestro propio capítulo y lo posponemos, vamos llenando la repisa de los 'ya leídos' (que no siempre quiere decir ya asumidos o entendidos) y nos queda el consuelo de las palabras que otros han sabido encontrar por nosotros y que nuestros dedos han ido recorriendo lentamente, subrayando con el tacto invisible aquella línea como si estuviera escrita en braille. Quedarse con una única virtud de un ser amado es complicado, pero las frases que no sólo han soportado la relectura sino que han pasado del lápiz al boli son: de Maria Carme Roca en El far, "Tú lo tendrías que saber, tú más que nadie, que el mar devuelve lo que no quiere, una muerte, un desperdicio, un recuerdo... Sí, los recuerdos también. Estos, sobre todo, los escupe"; de Martí Gironell en La força d'un destí, "No intentes persuadir con las palabras, las cosas se demuestran con los hechos" y de Marta Orriols en Aprendre a parlar amb les plantes, "Irse requiere una liturgia que ayuda a transformar los finales en nuevos comienzos". Guardados afectuosamente, libros y personas, sobrevivirán al paso del tiempo y el polvo pasará de largo hasta la próxima relectura. Leer es también una manera de desañorar, y releer quizás una forma de reencontrarse.