El barco se llamaba Virginia de Churruca y pertenecía a la Compañía Transatlántica. La excusa del viaje fue la entrega de la figura de una virgen de Montserrat. Era el año 1960 y cualquier iniciativa susceptible de catalanidad necesitaba disimular y una virgen era, casi siempre, sinónimo de salvoconducto en tiempo de alianza entre el franquismo y la Iglesia. El motivo real, sin embargo, fue reanudar las relaciones entre la gente catalana de los dos lados del Mediterráneo. Volver a unir emocional y físicamente Catalunya y Cerdeña. El trayecto del crucero: Barcelona-L'Alguer. La lengua común: el catalán. El nombre del viaje: El reencuentro.

Este verano se han cumplido 60 años de aquel momento histórico que fue posible gracias al fotógrafo e historiador vallense Pere Català i Roca, quien fletó el barco y que tiene una calle a su nombre en L'Alguer. A bordo iban cerca de 150 personas representantes del mundo cultural catalán, intelectuales y representantes de la sociedad del Principado, País Valencià, Balears y Perpinyà. Era un 25 de agosto cuando miles de alguereses se amontonaron en el puerto para recibir a sus hermanos catalanes. El crucero era demasiado grande para poder atracar en el muelle y se quedó anclado delante de la ciudad mientras los cerca de 150 viajeros se acercaban a la costa con pequeñas embarcaciones.

En un tiempo en que Franco había aniquilado la cultura catalana y prohibido el uso de nuestra lengua, poder hablarla sin temor a represalias, con tranquilidad y pureza y en territorio italiano, es todavía recordado con emoción como un hito de resistencia, compromiso y hermandad. Más todavía si tenemos en cuenta que algunos de los pasajeros fueron "advertidos" por la censura (y eso a pesar de la virgen) y que la dictadura, a pesar de permitirlo, no veía con buenos ojos el viaje. Y es que el catalán fue la lengua de las calles y familias de L'Alguer durante más de 350 años, entre la llegada a la isla de Pedro el Ceremonioso (1354) y la derrota de la Guerra de Sucesión (1714). Fue entonces, con el Decreto de Nueva Planta del siniestro Felipe V que la Barceloneta de Italia, como se conoce la ciudad, perdió los vínculos y el contacto con Catalunya pero no la lengua, que sus habitantes siguieron usando, manteniendo así la tradición de sus antepasados.

Dice la teoría que para que haya un reencuentro tiene que haber habido un primer descubrimiento. En la práctica, sin embargo, no siempre es así

El mismo Salvador Espriu, a raíz del viaje que hizo en L'Alguer el año 1959, le escribía un poema a su añorado amigo, el poeta mallorquín Bartomeu Rosselló-Pòrcel y le decía "si podies venir, amb la barca del temps, amb el vent de llevant a l'Alguer, i senties amb mi com és viu i arrelat i tan clar, aquest nostre parlar català de l'Alguer". Una especie de premonición, de antesala del viaje, físico y emocional, que se haría el año siguiente, en un barco cargado de dignidad. El poema, de hecho, se encuentra esculpido en un monumento de piedra que hay en las bastiones de Marco Polo, cerca del mar de L'Alguer. Mirando hacia poniente. Mirando a casa.

Hace pocos días he podido volver a L'Alguer. Esta vez no a dar ningún concierto ni a trabajar sino a vivirlo. A beberlo. A verlo. A pasear y aguzar el oído. A abrazar las amistades. A oír hablar alguerés, este catalán tan bonito y con tantas similitudes con el tortosino, el catalán del Ebro. He vuelto a caminar de noche por sus murallas rodeadas de farolas y calles asfaltadas con adoquines ("còdols" en alguerés). Ha sido mi reencuentro particular con una ciudad que me es casa, con personas que me son cojín. Y también he ido en barco y esta vez con la furgoneta: quería que conociera sus caminos y carreteras, porque volveremos juntas.

Dice la teoría que para que haya un reencuentro tiene que haber habido un primer descubrimiento. En la práctica, sin embargo, no siempre es así. Pasa que, a veces, aparece una persona o llegas a un sitio y parece que ya los conocías de antes y, por lo tanto, a pesar de acabar de encontrártelos, para ti es como un reencuentro. La energía es conocida. El afecto viene antes que nada. Lo momento es, en realidad, un reencuentro.

Ahora, cada vez que miro a levante, desde las playas del Delta del Ebro, sé que allí en el fondo tengo los parientes por parte de lengua y los quiero mucho. Y si cogéis un mapa y empezáis a trazar una línea recta desde L'Alguer hacia Catalunya, veréis que la raya va directamente a Tortosa, a la desembocadura. Sin curvas, sin más islas por el medio. Sólo el Mediterráneo. El viento va y viene directo sin obstáculos, libre, como la estima, como el habla, como la vida. Su luz y su gente te atrapan. Como decía el abuelo de una querida amiga algueresa: come, que te hace bien. Pues, sí: comeos L'Alguer, os hará bien.